Mariano Valcárcel González
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Qué bonito es llegar a ser viejo”. Esto lo tenía mi cuñado escrito en un post-it pegado en la pared de su despacho... Sí, lo tenía, me figuro, para ir haciéndose a la idea de que la vejez se le podía ir viniendo encima. Idea vana. Es curioso, escribo esto en fechas de recuerdos tradicionales, los de nuestros difuntos (dejo lo del ‘truco’ y ‘trato’ para otros) y parece que hay coincidencias inoportunas entre lo que es tradición y lo que la vida nos impone.
El ser humano se enfrentó desde sus inicios a varios dilemas y desconocimientos fundamentales y tremendos, porque los mismos no tenían respuestas (ni ahora las tenemos), más eran realidades tan potentes y de tanta influencia y calado en sus existencias que se imponían sobrepasando sus capacidades de comprensión y de explicación. Y de ahí sublimarlos ascendiéndoles a la categoría de tabús, de intocables, a arcanos mágicos y divinos. Magia y divinidad como medio y fin para hacer inteligible lo inexplicable. Se pone como indicativo de avance y desarrollo del espíritu humano el trato dado a los muertos.
El culto a los muertos que nos lleva a querer entender el sentido de la muerte y, más aún, a lo que tras ella podría haber. El gran arcano. Y las religiones, todas, han intentado dar una explicación por más peregrina que sea, absurda, ilógica o gratificante. Y sin embargo, la cruda realidad se impone y con ella el desconocimiento (que lo demás es absoluta fe o descreímiento).
Murió mi cuñado tras breve enfermedad. Sin remisión ni opciones. Murió una semana antes a estas fechas de recuerdos anuales. Recuerdo sobre recuerdo, todo un monte de sentimientos y realidades acumuladas, estratos de emociones. Y el absurdo. La pregunta sin sentido, la respuesta que no llega porque no puede llegar.
¿Por qué él y no otro?, ¿por qué ahora y a destiempo?... Una persona puede estar radicalmente ajena y alejada de la muerte y sin embargo la muerte ya la tiene anotada en su agenda inmediata... Desconcertante.
Desconcertante como constatar que uno está incluido en una lotería de la que desconoce los números que lleva y los sorteos en los que entra. Desconcertante encontrar que nadie te pueda explicar, razonadamente y con argumentos de peso, lo que ha sucedido o pueda suceder algún día. El religioso se remitirá a los tópicos de sus creencias, tan frágiles; el ateo te dejará al pie de un vacío inane y absurdo. Te quedas inerme y desvalido entre un todo y una nada y ninguno nos da o nos puede dar una solución definitiva. Y quedamos tan desamparados... Y nos invade el miedo.
Porque este es el miedo definitivo, el total. El que se nos ha metido tras la teoría de la culpa, del pecado, del castigo... Algunos, los menos, creyendo también en lo anterior se sienten merecedores de compensación (sea de sus buenas acciones o de sus sufrimientos terrenos) y no temen, sino que desean la muerte.
Y la indiferencia de quien cree que todo es finito y tras sí ya no queda nada.P ero el humano tiene horror al vacío. Por eso sentimos y deseamos que algo nuestro perdure. El efecto o el recuerdo de nuestros actos, nuestra sangre en nuestra descendencia, algún resto material o incluso una brizna de viento que lleve nuestro polvo... “Polvo seré, más polvo enamorado”.
Nota: Juan Antonio Terrón Fuentes, comandante de la Guardia Civil, murió el 25 de octubre del año en curso. Era mi cuñado.