El mirador
M. Villaverde
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Un viejo amigo con el que de vez en cuando me cito en Madrid para tomar café, suele decirme: “No es más rico aquel que más tiene, sino el que menos necesita”. Estoy de acuerdo con él, sobre todo en en estos tiempos de despilfarro que nos ha tocado vivir.
Sin embargo, hoy, un tanto deprimido por la despedida de las largas fiestas navideñas (empezaron el puente de la Constitución y finalizaron el pasado domingo), me viene a la mente un proverbio que tuve ocasión de leer en uno de los templos de Kyoto y con el que lamento discrepar, tal como podrán comprobar más adelante.El adagio en cuestión decía: “No es más rico quien posee mayores riquezas, sino aquel que posee mayor sabiduría”. Ambos pronunciamientos son tan reales como la vida misma porque, aunque algunos no se lo crean; las cosas materiales no conducen a la felicidad, pero siempre es necesario un mínimo para poder vivir con dignidad. Y es precisamente ahí donde comienza el problema.
Para muchos, ese umbral no se alcanza jamás y la vida es una lucha continua por atesorar muchas y muy variadas cosas. Lo acabo de ver en el desaforado consumo de las fiestas navideñas.Y lo cierto es que las cosas materiales ni nos hacen más sabios ni más libres. Antes al contrario, son un lastre y una severa atadura.
Ahora ya no tiene remedio. A juzgar por el éxito de público en centros comerciales y restaurantes, hemos tirado la casa por la ventana. ¡Qué diablo: era Navidad! Por eso ahora toca recomponer el estómago de tanta opulencia y volver, un año más, a la vida austera de todos los días.Queda tan solo un pequeño detalle por resolver: y no es otro que acallar la mala conciencia después de tanto derroche. No hay que preocuparse, pues a tal fin se han inventado las rebajas, una fórmula para ahorrar gastando. Para que después digan los proverbios japoneses que la riqueza no engendra sabiduría.