Opinión

El cine, nuestro cine

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Qué envidia da Francia en tantos aspectos, pero sobre todo en lo que se refiere a su defensa de su cultura y de su cine. Ya sabemos que la llamada “excepción cultural” es anatema para nuestros ultraliberales, que prefieren que el cine se rija, como todo en nuestra vida, por la engañosa ley de la oferta y la demanda.

Engañosa porque en el fondo equivale, como ocurre con la desigual batalla del pequeño comercio frente a las grandes superficies, en la ley del más fuerte.Y el más fuerte aquí siempre es Hollywood, un Hollywood con su poderosa red de distribución, sus imposiciones al sector de la exhibición y con un Gobierno decidido a prestarle el apoyo que pueda necesitar para lograr su objetivo. En Francia, según algunas crónicas, la ministra de Cultura, Aurelié Gilipetti, ha sido recibida como una heroína por los dueños de las salas de cine, reunidos recientemente en congreso en Deauville. El motivo de ese entusiasmo desbordado es que el IVA del cine, que debe pasar en principio de un 7 a un 10% a partir del 1 de enero, será finalmente rebajado por decisión del presidente del país hasta un 5.

Francia cuenta con 5.000 salas de exhibición y es este un sector poderoso, al que el Gobierno, los políticos en general, suelen prestar oído. Aquí parece ocurrir todo lo contrario. El cine soporta, como otros productos culturales, un IVA del 21%, cuando, por ejemplo, en Alemania es sólo de un 7. Y en una situación de gravísima crisis, como la que soportamos, mucha gente prescinde de lo que le parece más prescindible. La consecuencia de todo ello es que algunas de las mejores salas, las que exhibían el mejor cine europeo y de otros continentes, incluido el cine latinoamericano, cierran una tras otra. Y películas excelentes llegan tarde o no llegan nunca a las pantallas. En vista de esta situación resulta bochornoso que un ministro del Gobierno parezca achacar la crisis del cine español casi exclusivamente a la “calidad de las películas”, que, según él, hace que se pierdan espectadores. Aquí, como en otras partes, se hacen lo mismo bodrios que buenas películas, como se escriben buenos, regulares y malos libros. La única diferencia es que mientras en otros países se defiende la cultura -y el cine, al menos el mejor, es cultura-, aquí se pretende que sea sólo el mercado el que decida. Y el mercado normalmente decide que Grisham es mejor que Joyce o Kafka y Tiburón mejor que Nazarín o que Persona. Así de sencillo