Opinión

Políticas de tierra quemada

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Aunque busco, no encuentro explicación. No comprendo cómo alguien puede disfrutar arruinando el monte. Ni cómo, sin previo aviso, y además con premeditación y alevosía, alguien puede decidir poner fin a algo que es vida para muchos otros, amparado en oscuras intenciones.


Yo no sé quién es el cobarde que enciende la mecha y esconde la mano. Ni tampoco el desgraciado que le instiga a hacerlo. Pero hay algo que tengo claro, que estoy harto de la piromanía corporativa de aquellos que buscan aprovecharse de las brasas. Dejémonos de pedir dimisiones y dediquémonos a cumplir con nuestras responsabilidades. Dejémonos de reclamar ‘declaraciones de naturalismo pseudorrománticas’, por llamarles algo, y esforcémonos en mantener lo que tenemos mientras lo tenemos, aprovechando toda su potencialidad. Dejémonos, en fin, de ‘rentabilizar’ las desgracias. El fuego no es consecuencia de ninguna ideología, por más que muchos se esfuercen en reavivarlo con palabras. No se combate con manifestaciones, conspiraciones ni confrontaciones, sino con unidad, coherencia y sentido común. Y por más que muchos se empeñen en enfundarse de ecologistas y dedicarse a encender mechas disfrazadas de corta fuegos, lo que este país necesita, de una puñetera vez, es dejar a un lado a los ideólogos incendiarios de conciencia y comprender, como decía el proverbio, que la tierra no es un regalo de nuestros padres, sino la herencia para nuestros hijos. La tierra; nuestra tierra, la de todos, la no exclusiva de nadie, por mucho que a algunos les encante en erigirse en sus libertadores dictando, hoy más que nunca y gracias a las redes sociales, ‘noticieros de la verdad’ que tejen políticas de tierra quemada a costa de la desgracia.