Opinión

Wert: peor imposible

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Cuando Mariano Rajoy formó su primer Gobierno con el respaldo de una mayoría absoluta parlamentaria escogió para la cartera de educación, Cultura y Deportes a José Ignacio Wert, un sociólogo que llevaba años asesorando al político pontevedrés en el análisis de las encuestas, además de ejercer de tertuliano en algunos programas de radio.

En la foto de familia del Gabinete en las escalinatas de Moncloa, la figura del señor Wert, que no era militante del PP, brillaba como independiente, e incluso como progresista, en comparación con el perfil ideológico del resto de ministros. Tanto que, en algunos de los medios en los que había colaborado, se le saludó con cierta esperanza y como garantía de un desempeño ministerial ecuánime y discreto.

Desgraciadamente, en política, las apariencias no garantizan nada, porque ya es sabido que cuando se pretende llevar adelante una reforma radical lo indicado es encomendarla a alguien del que en principio no pudiera sospecharse que era favorable a ella. Y así resultó una vez más. Con las competencias en Educación transferida a las comunidades autónomas y con unos presupuestos de guerra por culpa de la crisis económica, lo normal hubiera sido que el señor Wert se limitase a capear el temporal y a cumplir el expediente sin meterse en demasiados líos. Pero justamente hizo lo contrario y desembarcó en el cargo como un elefante en una cacharrería. La lista de destrozos es larga.

Empezó con una huelga general de todos los estamentos educativos (algo insólito en la historia de España) contra los recortes presupuestarios en la enseñanza pública; siguió con el plantón de todos los rectores de universidad; continuó con las tachas del Consejo de Estado a su proyecto de ley de Mejora de la Calidad de la Educación; y concluyó (por ahora) con una nueva huelga general contra el proyecto de la ley orgánica de Mejora Educativa que, entre otras cosas, recupera las reválidas, concede a la Religión la categoría de asignatura evaluable y favorece la educación concertada (en su mayoría colegios católicos). Por medio de todo esto hubo algunos incidentes sonados, como la negativa de saludar al ministro por parte de los alumnos distinguidos por el premio extraordinario de fin de carrera. O como el sonoro abucheo que le dedicó el público asistente a un concierto en el Teatro Real cuando acompañaba a la reina Sofía. Y lo penúltimo entre tanta calamidad ha sido su rectificación tardía a rebajar el nivel académico exigible para conceder becas al alumnado sin disponibilidades económicas. Todo esto adobado con una chulería provocativa impropia de un alto cargo del Estado. Una conducta que le ha llevado a ser, con diferencia, el ministro peor valorado en las encuestas (su especialidad), además de enfrentarlo a todos los estamentos del sector educativo, incluidos entre ellos muchos cargos y militante del PP. Peor imposible.

No obstante lo dicho, no podemos echarle toda la culpa de este desaguisado al ministro. El señor Rajoy también tiene alguna responsabilidad. Nombrar ministro a un sociólogo no garantiza una buena gestión porque una cosa es analizar las reacciones de la sociedad mediante encuestas y otra provocar reacciones en la sociedad con medidas disparatadas.