Opinión

Sénecas de pacotilla

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Cuando nuestros políticos reclaman ilustración conviene mosquearse, aunque al final terminen delatándose ellos solitos. Hace unos días, María Dolores de Cospedal, secretaria general del Partido Popular reclamaba a los suyos que entrenaran sus ‘actitudes pedagógicas’ para explicar a los ciudadanos las bondades de la LOMCE frente a la demagogia de quienes prefieren el actual sistema educativo.

La expresión habla bastante bien de nuestra democracia: esto se va a hacer así por narices, aunque la mayor parte de la comunidad educativa esté en contra, pero no te preocupas que te lo vamos a explicar para que lo entiendas. Y si no lo entiendes, es que eres un demagogo.

También la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, pidió a los políticos que sirviesen de ejemplo a la hora de apretarse el cinturón, para demostrar que ellos también pueden hacerlo, aunque sin correr tanto riesgo de quedarse en la calle. El Gobierno se muestra solicito a aplicar así, quién lo diría, las enseñanzas de José Antonio Griñán, presidente de la Junta de Andalucía, quien basa su política de comunicación, bendecida por sus socios de Izquierda Unida, en explicar cual ‘maestrico’ cómo hacer lo que casi nadie quiere que hagas. Claro que alguien, digo yo, le votaría en las última elecciones autonómicas.

Pero para que quedara claro de que va todo esto, el Consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, Javier Fernández-Lasquetty, tildó el pasado domingo de ‘asociación bastante radicalizada’ a la marea blanca que había salido a la calle para reclamar la defensa del servicio público. Radical o demagogo, es lo mismo: todos vienen a decir que quienes no piensan como ellos son unos indeseables. Esa definición del no comulgante como parásito, extravagante y sospechoso se ha generalizado tristemente, aunque no por ello deja de ser gratuita. Pero lo que demuestra en el fondo es que quienes la emplean acusan un profundo desconocimiento de la sociedad en la que viven, sean del partido que sean. No saben siquiera que significa el temor a perder el trabajo -en parte porque muchos de ellos solo se han dedicado en su vida a la política-, la vivienda o cualquier otro derecho; no saben tampoco negociar con su propia comunidad de vecinos para poder abordar los problemas del día a día, ni ahorrar para mantener su propia economía doméstica. No lo saben. Y aún así pretenden enseñar a aquellos que sí los saben.

Así que tal vez deberían estar más dispuestos a aprender que a enseñar. Eso sin duda facilitaría las cosas. Pero que se den prisa. Necesitamos políticos de verdad, no aprendices. Líderes capaces de pensar en los ciudadanos como sujetos políticos, no como meros receptores de su sabiduría. Vamos a ver quien baja del burro a estos ‘sénecas’ de pacotilla.