Opinión

Revistas obscenas

Antonio Aradillas | Miércoles 22 de octubre de 2014
'Pornografía’ es otra cosa. Obsceno, en conformidad con el diccionario de la Real Academia de la Lengua (RAE), quiere decir “impúdico, torpe y ofensivo al pueblo”, ‘Pudor’ es “honestidad, modestia o recato”. El diccionario, con su autoridad académica oficial, en este caso y en tantos otros, puede evitar sobresaltos y hasta amenazas de ilegitimidad e impudicia.

Con estas premisas resulta factible, y con plenas garantías, aplicarle la calificación de ‘obscenas’ a determinadas revistas-publicaciones a las que hasta en presente, y por diversidad de motivos, ni ha sido, ni es frecuente hacerlo.

El punto de referencia se sitúa en esta reflexión de forma singular, aunque no excluyente, en las revistas popularmente conocidas como ‘colorines’ que normalmente con periodicidad semanal se hacen presentes en la casas, peluquerías, consultas de médicos, tren y aviones y en cualquier lugar a los que sus lectoras/es convierten en estáticas o ambulantes academias. En las mismas unos y otras se ‘instruyen’ en relación con la ‘vida y milagros’ de famosos y famosas populares en tareas ‘atractivas’, en uno u otro sentido y sin ahorrarse medios y procedimientos.

Estas publicaciones - ‘Hola’, ‘Diez Minutos’, ‘Cuéntame’, ‘Semana’ y los dominicales de la mayoría de los periódicos, con inclusión de espacios de televisión y de radio, sistemáticamente, y por definición, son portadores de informaciones y mensajes de obscenidad. Para merecer tan contundente dictamen no se requiere que el sexo-sexo, con la obligada inclusión de presentaciones elegantes, brillantes y, a ser posible, hasta aristocráticas, sea uno de los justificantes determinantes de la convocación y de ser referencia. La obscenidad es concepto que no tiene por qué restringirse a espacios lujuriosos y ni siquiera libidinosos.

La obscenidad amplía su radio de acción, con idéntica y aún superior validez, efectividad y entretenimiento, a todos los ámbitos, manifestaciones, secciones y páginas informativas dedicadas a la llamada ‘vida social’ en acontecimientos tanto reales, como figurados. Las noticias que ofrecen este tipo de publicaciones son mercancía, cara o barata, -según-, para los lectores sobrados de tiempo y de dinero, o para otros a los que este tipo de lecturas pueda significarles un antídoto contra determinadas enfermedades mentales, hasta con prescripción facultativa.

Desde el punto de vista de la educación integral que hombres y mujeres demandan en la actualidad, con el reconocimiento personal y comunitario correspondiente y desafiante, la afanosa y anhelante lectura de estas publicaciones, le roba capacidad para su crecimiento como personas. Los ‘colorines’ son portadores de modelos, patrones y arquetipos de vida inasequibles para la mayoría de admiradores y admiradoras. Obnubilan, frustran y desgracian. Es decir, todo lo contrario de lo que intenta la educación integral.

Tal y como hoy se encuentra el ‘mercado’ de la ejemplaridad en relación con los valores, modales y comportamientos, los ‘personajes’ y ‘personajillos’ que se exhiben en estas ‘tribunas’, no aguantan el más leve examen de seriedad y decoro para el espíritu. Por todas sus palabras, gestos, actitudes y opiniones resultan no solo vacuos, sino escandalosos y destructores. La adultez es un grado, y son muchos los hervores que a estos les faltan para conseguirla y poder actuar algún día como seres conscientes y al servicio de la colectividad.

Los ‘colorines’ les roban a sus lectores palabras y temas de conversación, a no ser que pretendamos llamar ‘palabras’ y ‘conversación’ a cualquier cosa, y más si estas son copia fiel de frivolidades livianas e insustanciales que cercenan de raíz toda posibilidad de convivencia. La obscenidad, la artificialidad y los mitos son siempre rentables y con fácil y deseada plataforma para la publicidad.

Cuando además los mismos signos religiosos, como la administración de algunos sacramentos -bodas, primeras comuniones- ‘merecen’ el honor de los ‘colorines’, sus páginas lo son mucho más con los deslumbrantes paramentos cardenalicios o episcopales. El color rojo para-litúrgico al servicio de la ‘alta sociedad’, desedifican al pueblo de Dios, con escándalo para los creyentes, por no ser ni pretender representar otra cosa que saciar vanidades y suscitar y justificar discriminaciones ‘en el nombre de Dios’.