El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
A Mariano Rajoy, que no es de letras, le piden sus correligionarios un ‘relato’ en el que explique por qué está haciendo lo que hace de manera que la gente pueda entenderlo; pero, al menos por el momento, no parece que el presidente esté por esa labor. Quizá sea mejor así. Bastante sobrados de fabulación suelen ir ya los políticos como para que encima se les exijan habilidades literarias a la hora de construir una narración -es decir, un relato-, de sus acciones de gobierno.
No se le puede pedir a Rajoy las invenciones y magias estilistas de su paisano Álvaro Cunqueiro, del mismo modo que sería absurdo requerir al autor de ‘Merlín y familia’ dotes para la áridas tareas de la gobernación. Mayormente, cuando los quebrantos propios de la crisis reclaman la presencia de contables al mando de las cuentas del Estado para hacer que cuadren los números.
Quizá por ello extraña que sea su ‘coóoo’ uno de los que le estén urgiendo a Mariano Rajoy un discurso entre pedagógico y literario que suavice la esperanza de los recortes con los que el gobierno aspira a cumplir el mandamiento de austeridad impuesto por Ángela Merkel. Además de militar en el mismo bando, el presidente de la Xunta de Galicia pasa por ser también un aseado tecnócrata que hizo de los números -y no de las letras-, la base de un estilo de gobierno que le ha rendido muy felices resultados en las urnas.
Hay quien sostiene, desde luego, que hacer políticas es contar historias lo bastante convincentes como para que la sociedad se identifique con ellas. El ejemplo a seguir sería, en apariencia, el de aquel Churchill que construyó su relato sobre la desagradable promesa de sangre, sudor, fatiga y lágrimas, aunque lo cierto es que al premier británico le ayudaba su facilidad para las frases memorables. Y no todos los gobernantes pueden aspirar, por otra parte, a un Nobel de Literatura como el que ganó Sir Winston por la ‘maestría en el relato histórico’ y la ‘brillante oratoria’ que le atribuyeron los académicos suecos.
El perfil de líder con discurso que se le demanda estos días a Mariano Rajoy cuadraría más bien con el del fundador de su partido, Manuel Fraga Iribarne. Ya en sus lejanos tiempos de ministro de Propaganda y Turismo, Fraga era un devoto de la demoscopia y un ávido lector de periódicos, que llenaba de subrayados y acotaciones cada mañana para luego ponerles deberes a sus subordinados. Nada que ver con los hábitos de Rajoy: un gobernante que se desentiende por igual de la opinión publicada de las encuestas y de la publicada en los periódicos bajo el convencimiento de que tarde o temprano el tiempo acabara dándole la razón. O no, pero eso ya se verá.
El relato de Mariano Rajoy consiste precisamente en no tener relato alguno, lo que es bueno o malo según se vea. No parece que el presidente se sienta obligado a explicar su política, como le exigen desde su propio partido; pero parece que tampoco haya ido tan mal hasta ahora la independencia que muestra hacia la opinión pública y los medios que la transmiten.
Fino olfateador del poder, Rajoy parece mucho más interesado en atender a los deseos -que a veces son órdenes- de quienes realmente mandan en Europa y, por tanto, en España, a saber: la Unión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional. Quizá haya llegado a la conclusión de que son ellos, más que las propuestas populares, los que de verdad pueden tumbar a su gobierno. El relato puede esperar.