El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Estos días echamos en falta la voz del Parlamento Europeo. Esa entidad metafórica llamada Bruselas no deja de tomar decisiones que afectan sobre todo a nuestra economía, y lo más grave es que no parece que nadie las controle. Hay un tal Olli Rehn, vicepresidente de la Cámara Europea, al que todo el mundo mira como el oráculo que nos dirá si ya basta de austeridad o si debemos continuar sufriendo. Y esto, precisamente lo hace un señor que ha sido puesto en el lugar que ocupa por el presidente de la Comisión, Durao Barroso, con la aquiescencia -¡faltaría más!-, de los gobiernos liberales y conservadores europeos.
Y por si a ustedes se les ha olvidado, Barroso fue la cuarta figura del famoso encuentro de las Azores. Aquella reunión, celebrada con todo el autobombo posible en nuestro país vecino, tenía como único objetivo impulsar la invasión de Irak y de la misma existen tres tipos de fotografías: las publicadas en Estados Unidos y en Gran Bretaña, donde aparecen el presidente George W.Bush y el primer ministro Tony Blair; y las publicadas por la prensa española que abrían un poco el campo para enseñar a José María Aznar, el tercer hombre. Y solo las publicadas en Lisboa recogían más o menos sistemáticamente la figura de Barroso, que oficiaba de anfitrión, ya que las Islas Azores son territorio portugués. Este es precisamente el presidente de la Comisión Europea y el jefe de Olli Rehn: uno de los artífices de la invasión de Irak.
Y todo esto se lo recuerdo para que nadie confunda a Barroso con una especie de funcionario sin ideología. A los ciudadanos de los estados de la Unión se nos escapa el mecanismo por el cual este político ha llegado al cargo que ocupa actualmente, pero ahí está y por variados mecanismos nos gobierna, aunque no lo hayamos elegido. A esto se le llama déficit democrático, y es una de las causas de desafección europea.
Pero se aproxima una novedad fundamental. Como muchos de ustedes saben, el año que viene tocan elecciones al Parlamento Europeo, y gracias al Tratado de Lisboa, la nueva cámara tendrá la posibilidad de elegir a un nuevo presidente de la Comisión, o de echar al actual. Que sea un apóstol de la austeridad o un abanderado del crecimiento dependerá pues de la correlación de fuerzas en la cámara, es decir, del voto de los europeos.
Si hay un momento para crear una gran coalición internacional contra los excesos de la austeridad, es ahora. Si hay una ocasión para elaborar programas comunes que liguen a los partidos afines a los diferentes estados, es ahora. Y la novedad extrema sería que las grandes familias políticas europeas -populares, socialistas, liberales...-, fueran a las elecciones con su candidato a presidente. Pero todo hace pensar que la tendencia real va en sentido contrario: los planteamientos electorales serán más nacionalistas que nunca.