Opinión

Margaret Thatcher

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Pese a quienes acusaban a Margaret Thatcher de haber dividido la nación con sus medidas de gestión, consiguió sanear una economía maltrecha e incentivar un orgullo patriótico malherido por la pérdida de su antigua influencia imperial, y es hoy uno de los personajes más relevante del siglo XX.

De mi época como estudiante universitario en Inglaterra, apenas un par de años después de su renuncia, recuerdo el orgullo que generaba su figura entre mis colegas. Y si esto era así en Londres, mucho más evidente lo noté en una Universidad de Oxford, en la que las referencias a la ‘Gran Dama’ eran constantes dentro y fuera del aula, y cuya Asociación de Conservadores había presidido a mediados de los años cuarenta, como solían apuntar sus compañeras.

Hoy veo que sus postulados han marcado el camino a muchas de aquellas mujeres que, siguiendo su estela, defienden unos ideales de capacidad, mérito e igualdad de género alejados de las cuotas que Thatcher tanto detestaba; y quienes sin renunciar a destacar en el mercado laboral, reivindican los rasgos propios de su femineidad y su influencia en el núcleo familiar. Unos principios inculcados por su padre, Alfred Roberts, un estricto comerciante protestante.

Hablamos de una mujer que aceptó con resignación el rumbo de sus gemelos Mark y Carol, que no dudó en enfrentarse a sindicatos e IRA, que favoreció la caída del comunismo, que propuso las sesiones políticas públicas y despenalizó la homosexualidad; una mujer que no levantaba la voz, defendía la formación previa a la carrera política y encontraba en la poesía, la música para piano y las recetas de cocina su vida de escape frente a las noticias de una prensa que leía a diario.