Opinión

Las ruedas del poder

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Seguimos inclinados en pos del dinero o del poder. Les reverenciamos, aunque el poder sea absolutamente corrupto y el dinero no tenga razón. A ambos los estimamos mucho más de lo que valen. Nos afana recapitalizar las entidades crediticias en lugar de humanizar el mundo, cuando lo significativo para los siete mil millones de personas que habitamos en el planeta, radica en la humanidad que nos injertamos unos a otros, no en el poder de las personas, cuyo dominio suele ser más para si, que para el bien común; ni tampoco en el coleccionismo de la gente por el señor dinero, por el que baila el perro hasta sin ganas.


La ruedas del poder machacan siempre a los más débiles. La progresiva desigualdad de este momento alcanza un punto crítico. Hoy se usa el poder como un explosivo altanero, buscando dominar y aferrarse a un poder sin límites. Los gobiernos, incluidos los sistemas democráticos, debieran prestar, sin duda, más atención a las demandas de redistribución. Desde luego, no puede cultivarse la política de cohesión social, ni tampoco tener la garantía de que los derechos de todas las personas van a ser respetados en su integridad, con las separaciones efectivas necesarias, si tales derechos humanos son violados. Por desgracia, la justicia no llega a todos. Puede que todos seamos iguales ante la ley, pero la ley no es igual para todos. La independencia de los poderes, su control mutuo, entiendo que es fundamental para acortar la grave exclusión social que actualmente padece el mundo.

Por consiguiente, el gran desafío pasa por corregir la distribución, puesto que la concentración de riqueza suele derivar en concentración de poder excesivo, que para nada suele ocuparse de mejorar el bienestar de los ciudadanos en su globalidad. En parte sucede esto, porque el mismo poder parece estar interesado en convivir con una serie de déficits básicos, como puede ser la debilidad de los controles entre la ciudadanía y los poderes del Estado, o la insuficiente transparencia y rendición de cuentas de los poderes públicos o de ciudadanos con gran poder adquisitivo. En las buenas formas está, pues, la virtud: en un poder que detenga el poder y en un señor dinero que deje abrir todas las puertas, porque cuando hay dinero de por medio es muy difícil la libertad.