Opinión

¿Sabes más que un maestro de Primaria?

ENRIQUE PEÑAS | Miércoles 22 de octubre de 2014
Recuerdo ver en casa aquel programa presentado por Ramón García que se llamaba ¿Sabes más que un niño de Primaria? Había preguntas fáciles, otras tontorronas pero pensadas para pillar y unas cuantas bien complicadas, tanto que uno acababa pensando cuándo, dónde y cómo se estudiaba eso (también hay una entretenida aplicación para Android: podemos descargarla y jugar juntos, a ver qué tal).


Efectivamente, todo se encontraba en el currículo de Primaria, como las cuestiones del examen que formó parte, en junio de 2011, del procedimiento selectivo para ingreso en el cuerpo de maestros de la Comunidad de Madrid, ahora publicitado de manera premeditada, con el único fin de avalar la teoría de que nuestros maestros -en este caso se apuntaba a los interinos- tienen un importante déficit de formación. Una estrategia burda desde su propia concepción, pero que a la postre ya ha provocado no pocos comentarios en la dirección deseada: “Si el profesor no sabe ni siquiera por dónde pasa el Ebro, ¿cómo se lo va a enseñar a mi hijo?”. Un tópico tras otro, que al fin y al cabo no deja de ser una de nuestras señas de identidad.

Lo diré bien claro antes de seguir: me importa bien poco si el futuro profesor de mi hijo, que todavía no tiene edad de aprender estas cosas, sabe por dónde pasa el Ebro, el Guadalquivir o, ya puestos, el río Guadarrama o el Aulencia; si rápidamente acierta a transformar fracciones en decimales -y viceversa- o si por un momento duda entre tal o cual autor a la hora de situarlos en la Generación del 98 o en la del 14. Estoy absolutamente convencido de que es una cuestión menor, por mucho de que también considere que uno de los grandes males de la LOGSE y sus derivados es la falta de preocupación por los contenidos mientras se ponía el acento, casi de forma exclusiva, en cuestiones de ámbito pedagógico.

Esto, sin embargo, no debe hacernos perder la perspectiva: cuando éramos pequeños nos decían aquello de que para ayudar a alguien lo importante no era tanto darle un trozo de pescado para que comiese un día, sino enseñarle a pescar y que de paso pudiera alimentar a su familia. Igual aquí: sería estúpido prescindir de los conocimientos y de su importancia, pero más aún del concepto mismo de la enseñanza, que no debe ser otro que el de enseñar a aprender. Por eso, querer dejar en nada la experiencia de cientos de maestros es un absurdo fuera de toda lógica. Claro que era necesario revisar los baremos aplicados y la importancia que se concede a la nota en el examen de oposición frente a los años de docencia, pero no de este modo, que se traduce en un verdadero despropósito, tanto en la forma como en el fondo.

Por otra parte, resulta tentador pensar en lo que darían de sí pruebas similares aplicadas a nuestros propios políticos. En clave local, hasta podríamos preguntarles, en una hipotética oposición a concejales, dónde está una determinada calle, cuáles son los arroyos que pasan por su término municipal, a qué época se remontan las primeras noticias de la población o cuáles son las especies más significativas dentro de la fauna y flora de la localidad. La cuestión, como antes, es: ¿realmente me importa esto? La respuesta es la misma: cero, nada, ni lo más mínimo. De un político espero que sea un buen gestor, sin más; bueno, también que se preocupe por lo que de verdad importa.

De un profesor, de un colegio, de una comunidad educativa -porque la tarea de educar no acaba, y ni siquiera empieza, en las clases- me preocupa -más aún en una etapa tan decisiva como la de Primaria- su capacidad para transmitir valores, para ayudar a construir personas, para sentar las bases de un crecimiento futuro; de enseñar a trabajar en equipo, de manejar y resolver conflictos, de hacer realidad lo de “aprender a aprender”; en definitiva, de ir más allá de los conocimientos puntuales, que también deben formar parte de este proceso, pero sin caer en el error de convertirlos en “causa” más que en “consecuencia”. Lo demás me parece una anécdota, aunque peligrosa por lo que supone de cuestionar el trabajo de un colectivo, con interinidades o sin ellas, cuyo papel es decisivo en nuestra sociedad y que con algaradas políticas como esta se encuentra en una situación de terrible indefensión. Por supuesto que habrá maestros acomodados, sin voluntad de reciclarse e incluso directamente mediocres; pero no creo que en una proporción distinta a la de cualquier otra profesión.

Nadie debería poner en duda que es necesario impulsar un cambio en nuestro sistema educativo, pero nunca de esta manera, trivializando la docencia y situando en el centro del debate una suerte de concurso que tristemente ya hemos estrenado en prime time; algo así como ¿Sabes más que un maestro de Primaria? Sólo que, al contrario del programa que conducía Ramón García, el de ahora no tiene ninguna gracia.