El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Rodrigo Rato es una novela. Lo afirmo por si algún compañero se me adelanta. Rato representa a nuestra España ancestral, Rato es España. Nadie como él podrá imponerse, en el abanico novelesco, a los consabidos perfiles sociopolíticos, entre lo caricaturesco y lo dramático, de Jesús Gil, Luis Roldán, Jaume Matas o Iñaki Urdangarín, como modelos del paso por la representación pública convertida en enriquecimiento privado.
La biografía de Rato se sitúa por encima de la de todos ellos: vicepresidente del Gobierno con Aznar, gran alentador de lo que se llamó entonces “el milagro económico” -ahora sabemos que, en realidad, estábamos hablando de la “burbuja inmobiliaria”-, dejó a España y a sus instituciones en ridículo cuando dimitió, sin dar ninguna explicación, de su cargo de presidente del Fondo Monetario Internacional que poco después emitió un informe en el que calificaba como ‘desastrosa’ su gestión al frente del FMI. Luego, tras cobrar un sueldo de 200.000 euros anuales como asesor del Banco Santander compatibilizado con un puesto similar en La Caixa, llegaría su fichaje como nuevo ‘hombre-milagro’ de otra institución por entonces en plena evolución: Caja Madrid, reconvertida en Bankia, con resultados de sobra conocidos.
Sólo en 2011 Rodrigo Rato cobró 2,4 millones de euros como presidente de Bankia. Además de esta suma patrimonial, su gestión en la nueva entidad ha tenido otra consecuencia: su imputación por cuatro presuntos delitos (falsificación de cuentas, administración desleal, maquinación para alterar los precios y Sólo en 2011 Rodrigo Rato cobró 2,4 millones de euros como presidente de Bankia. Además de esta suma patrimonial, su gestión en la nueva entidad ha tenido otra consecuencia: su imputación por cuatro presuntos delitos (falsificación de cuentas, administración desleal, maquinación para alterar los precios y apropiación indebida), y un ERE brutal que plantea el despido en Bankia de 4.900 trabajadores.
Estamos -lo sabemos ahora-, ante el gran candidato de José María Aznar a sucederle, aunque su comentada indecisión le hizo decantarse por Mariano Rajoy. Ya Adolfo Suárez, en una de sus últimas entrevistas, descartó a Rodrigo Rato como posible presidente del Gobierno por ser “demasiado soberbio”. Pero claro, entonces no sabíamos todo lo demás, que ahora sí sabemos. Como que, tras descuartizar Bankia, haya sido fichado por Telefónica, por “su experiencia y trayectoria” para “reforzar” la visión global de la compañía. Si por “visión global” entendemos sueldazo -ya lo tiene- y su posterior desmantelamiento, además de imputaciones judiciales, Telefónica lo ha bordado.
Rodrigo Rato privatizó telefónica, que ahora lo acoge en su regazo. es la teoría de la puerta giratoria: yo te privatizo, yo te beneficio, y tú luego me fichas cuando deje la política, y a demás me pagas un pastón. Esta gente hace fortunas tras su paso por la política, aprovechando la información privilegiada que obtuvieron en su ejercicio de representación pública, para su posterior beneficio personal. Práctica no exclusiva precisamente de dirigentes del PP, sino también del PSOE,. Legal, sin duda; pero antidemocrática. En el caso de Rato indigna mucho más su sonriente desparpajo, mientras sus trabajadores de ayer son hoy puestos en la calle. ¿Cómo no desconfiar de los políticos? Qué vergüenza andante.