Antonio Aradillas | Miércoles 22 de octubre de 2014
El título completo de este artículo, con mayor precisión actualidad y acierto, debiera ser “Mujer creciente, ¿pareja menguante?”. Partiendo del interrogante, asevero que estas reflexiones pueden molestar más a las mismas mujeres que a los hombres. No son todavía pocas las mujeres que piensan que están muy bien como están, o estuvieron de por vida “en casa y con la pata quebrada”, dependientes del marido en todo o en casi todo, a la espera de que sea, o siga siendo él, quien la mantenga y mantenga la casa “mientras tú no trabajas”, sin valoración alguna para cuando en todo orden de cosas significa “llevar la casa como Dios manda”.
Pero los tiempos están cambiando para bien y la mujer irrumpe irreversiblemente y con todos los honores y efectividad, en los territorios hasta ahora reservados a los hombres con singular mención para los sociales, laborales, profesionales, políticos y tantos otros, hasta ahora con la excepción de los eclesiásticos que siguen resistiéndose, pero que no tardará mucho que el ministerio sacerdotal sea ejercido lo mismo por los hombres que por las mujeres.
¿Y qué pasa ya, y pasará aún más con la pareja? ¿Menguará esta o se afirmará? ¿Hasta cuando se podrá hablar de la pareja llamada matrimonial entre marido y mujer? ¿Es ejemplar, y educador para los hijos la pareja, tal y como se ejerce todavía, y que no pasa de estar compuesta por un hombre que manda y una mujer que ha de valerse de tretas - con ‘r’ intercalada, por favor entre los dos ‘t’- y argucias, para dar la impresión de que tanto dentro como fuera de casa, sigue siendo un “cero a la izquierda”, pero quien “lleva los pantalones de verdad” es, y seguirá siendo de por vida ella? ¿Es posible, cristiano y humano, que se echen de menos las ‘virtudes’ de la vida familiar de los tiempos pasados, en los que la mujer era poco más que un ‘objeto doméstico’, siempre esclava del marido y de los hijos ¿Que educación puede ser educación, cuando la mujer era inducida al servicio doméstico y para ejercer a perpetuidad fundamentalmente como ‘señora de’, sin personalidad, capacidad de inventiva y poco más que como ‘cosa de hombres’?.
Lo importante para lo que nos queda, y para lo que ha de venir, es que la pareja sea pareja, es decir, que sean y se traten como verdaderas personas, al servicio mutuo con respecto y la búsqueda de la felicidad.