Eric de la Cruz (*)
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Estábamos comentando en las tertulias republicanas que nuestro colectivo realiza mensualmente, sobre los resultados de las elecciones celebradas recientemente en Cataluña, cuando uno de los asistentes nos mostró la iniciativa del PP local de llevar una moción al pleno del Ayuntamiento de San Lorenzo de El Escorial para conmemorar la Constitución, basada en izar una bandera en una conocida plaza del centro del pueblo, para demostrar la unidad inquebrantable de la Patria.
Para los asistentes a esta tertulia, mayoritariamente de izquierdas, no había dudas: se trataba de contrarrestar el nacionalismo catalán con el nacionalismo español. Artur Mas se envuelve en una bandera para esconder su gestión económica, y aquí el alcalde, José Luis Fernández Quejo, hace lo mismo para ocultar el declive de su gestión municipal. Nuestro pueblo estuvo muy por encima del porcentaje de votos negativos que obtuvo la ratificación del referéndum constitucional del año 1978 en todo el Estado (salvo Euskadi), por lo que cabe interpretar que al meno, para algunos de los que ahora enarbolan la Constitución y asisten a este tipo de actos, su postura debe ser considerada como hipócrita.
Si después de 34 años de vida constitucional se nos tiene que recordar que somos españoles poniendo una bandera en la entrada del pueblo, y se hace sin el voto afirmativo de todos los grupos políticos, es que algo no funciona bien. Para los nacionalistas es fundamental definirse, no vale ser ciudadano sin adjetivos. La tan repetida unidad de la Patria no se consigue demostrando quién tiene la bandera más grande; se consigue no queriendo ni ‘españolizar’ ni ‘catalanizar’; se consigue, si de una vez por todas el debate se centrara en la enseñanza del inglés, dando por sentado que catalán y castellano son lenguas de uso habitual y que la inmersión lingüística ha funcionado.
Pero claro, el debate de la lengua da mucho juego a la derecha, y también a una parte de la izquierda, que todo hay que decirlo. No en vano hay un sector nacionalista importante dentro del PSOE, que siempre que quiere llevar al resto del partido al centro, mito con el que pretenden demostrar que hay un espacio lejos de las posiciones ideológicas de derecha o de izquierda donde se sitúa la mayoría, cuando el problema hoy es que la centralidad está en la derecha, que es hegemónica, y lo que hay que hacer, a mi juicio, es cambiar esa hegemonía. Y eso no se consigue haciendo entreguismo al nacionalismo. Si la izquierda es necesaria es precisamente para reivindicar el papel de la democracia deliberativa y participativa, lo que se entiende por “republicanismo cívico”, como señalaba el politólogo Pettit.
Cuando desde el nacionalismo catalán (y también vasco) se nos habla del derecho a decidir, la respuesta desde la izquierda debería ser algo así (al modo de Miguel Riera en el último número del ‘Viejo Topo’): ¡Claro que nos gustaría disfrutar de ese derecho! Por ejemplo, nos gustaría que pudiéramos decidir si queremos seguir bajo un régimen monárquico, o si nos convertimos en República. Nos gustaría decidir sobre las relaciones con el Estado de Israel. Nos gustaría decidir sobre la reprobación y cese de dirigentes políticos que predican una cosa en la oposición o durante la campaña y luego esquivan lo que habían prometido o, como sucede últimamente, hacen todo lo contrario. Nos gustaría decidir un cambio radical de la ley hipotecaria...
Sin embargo, se está instalando en el subconsciente colectivo que sólo se puede decidir sobre una cosa: sobre la separación de territorios. Pues miren ustedes, a mí me gustaría poder decidir sobre todo, o al menos sobre lo más importante. Seamos serios y llamemos a las cosas por su nombre. En el sentido en el que se está empleando el ‘derecho a decidir’, se refiere realmente al ‘derecho de secesión’. Una expresión que incomoda, salvo a aquellos que se declaran radical y abiertament, por la independencia. Hay que hablar claro y dejarse de contraponer nacionalismos. La izquierda, y muy especialmente el PSOE, debe hacer pedagogía, y si nos hablan de que somos una nación de hace más de 500 años, debemos poner sobre la mesa los argumentos históricos de los historiadores Juan Pablo Fusi, Ruiz-Domenech ó Álvaro Junco.