Opinión

El bálsamo de Fierabrás

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Las crisis son como las madres: no hay más que una. Parece lógico, por tanto, que los doctores de la Unión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional apliquen también un único remedio para curar a los países más afectados por el virus de la recesión, con sus secuelas de paro, deuda y empobrecimiento de la gente. El dilema, dicen los mandamases, no es otro que apretarse el cinturón o ajustarse el cinto.


Acaba de descubrirlo sin ir más lejos el presidente de la República Francesa, Françoise Hollande, que había ganado esa alta magistratura tras convencer a sus electores de que existen medicinas distintas a la del ascetismo para salir de la crisis. Pero va a ser que no. Nada más asumir el mando, Hollande les ha metido un paquete (fiscal) de 30.000 millones de euros a los franceses bajo el principio de que “es preciso arreglar imperativamente el problema de la deuda”. El mismo Hollande que había prometido en campaña más prestaciones sociales es el que ahora acaba de aprobar el mayor programa de recortes y subidas de impuestos desde la Segunda Guerra Mundial.

Cierto es que el jerarca francés rebajó a 60 años la edad de jubilación en su país y que amenaza con confiscarles tres cuartas parte de su fortuna a los grandes millonarios de Francia; pero tampoco hay que pararse en la retórica. Casi todos los franceses con caudales que conservar tenían desde hace bastante tiempo su residencia fiscal -y su dinero- en lugares alejados de la Hacienda gala. De ahí que los que las van a pagar ahora todas juntas son, en realidad, los miembros de la populosa clase media a quienes el jefe del Estado francés les va a propinar un subidón de impuestos directos.

Poco importa a estos efectos que Francia sea un país literalmente atómico y dotado de grandes capacidades industriales, a diferencia de lo que ocurre en la menesterosa España y no digamos ya en países desahuciados como Portugal y Grecia. Cuando la crisis aprieta, ni a los más poderosos se respeta.

El caso es que Hollande asume como principio de fe propio el dogma del déficit impuesto por la ‘troika’ de poderes supranacionales que ahora mismo gobierna en Europa. Lógicamente, su popularidad se ha desplomado en cuatro meses después de llegar al poder, hasta el punto de que una mayoría de los ciudadanos franceses encuestados recientemente dice echar en falta a su predecesor Sarkozy.

Todo esto resulta un poco descorazonador. Si sólo hay una doctrina válida a la que se plieguen imparcialmente conservadores y socialdemócratas, los que empiezan a sobrar son los partidos y programas electorales. Mejor confiar la gestión en un tecnócrata, como -por cierto- han hecho ya en Italia, con resultados que parecen, al menos por ahora, del agrado del público. Tanto es así que los italianos ya están buscando la manera de que Mario Monti pueda seguir al frente de su Gobierno durante los próximos años sin tener que pasar por el enojoso trámite de las urnas.

Lo malo es que el bálsamo de Fierabrás usado como receta única por el Banco Central Europeo, la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional tampoco ha logrado la mejora que se apetecía en Grecia y Portugal. Bien al contrario, la cura de caballo ordenada por la ‘troika’ no hizo más que subirles la fiebre del paro y bajarles la tensión del PIB a esos países que, tras dos largos años de tratamiento, empiezan a dar señales de agonía.

A falta de una receta de probado efecto contra la crisis, y de momento no la hay, mal presagio es ese para una España a la que se está aplicando la misma medicación. Y ni siquiera en Francia parecen disponer, al menos hasta ahora, de otras opciones.