El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Como todas las memorias de infancia, la de los Payasos de la Tele es muy nítida para los de mi generación. En realidad muchas de nuestras tardes se construyeron así, contemplando a Gabi, Fofó y Miliki; ahora ninguno de los tres está con nosotros. Es un síntoma claro de que, en contra de lo que soñábamos, estamos envejeciendo, y de que nunca más hemos vuelto a sentir la felicidad de antaño.
La muerte de Miliki, el pasado domingo, nos desplazó a esa edad de la inocencia, un viaje veloz hacia la luz de aquellos días, sin embargo grises. Recuerdo la televisión en blanco y negro como la ventana a un universo que no sospechábamos. No la de casa, que tardó mucho en llegar, sino la del bar más próximo a nuestro hogar. Aquella infancia del tardofraquismo (el programa de nuestros queridos payasos empezó en 1973) y luego la más luminosa de la Transición estarán siempre envueltas en la memoria de tantas tardes de meriendas escasas, con fotos en el colegio con el mapa de España al fondo, de noches de verano sin fin en las calles polvorientas de pueblos anónimos.
Fuimos felices sin saber que éramos hijos de tanto dolor e incertidumbre. O sabiéndolo. Por supuesto, en este día en el que Miliki nos ha dejado (y con su partida desaparecen los tres payasos principales que nos construyeron desde aquella televisión incipiente y mágica) es de justicia, al menos, un breve homenaje de palabras. Nunca desparecerán de nuestro recuerdo. Como no desaparecerán de nuestros oídos aquellas canciones, tan absurdas como maravillosas que servían para atravesar grisuras y tardes de lluvia. Gracias, Miliki, en nombre de los niños que estuvimos allí. Gracias por la risa, la mejor de las dádivas que nos ha servido para sobrevivir en este nuevo tiempo de infortunios.