Opinión

Los Estados están por encima de las personas

J. Cremades

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Las elecciones catalanas, ya en su recta final, están ofreciendo un bochornoso espectáculo dentro y fuera de España. No se podía esperar otra cosa de unas elecciones innecesarias, convocadas a mitad de legislatura, con el objeto de plantear como problema, a resolver por vía de urgencia, un asunto, el independentismo que, entre todos los que tiene Cataluña sin resolver, es en todo caso, el que más puede esperar y el de más compleja e incierta solución.

Ante un paro insostenible, una calificación económica de bono basura, una deuda descomunal, una incapacidad para afrontar el gasto corriente y otras tantas variables igual de desalentadoras, es bochornoso que el gobierno catalán nacionalista de derechas, presidido por Artur Mas, sin motivo aparente, salvo su incapacidad para afrontar esta situación crítica, someta a los catalanes a tamaña responsabilidad. Es bochornoso que el caprichoso proyecto populista de Mas se anteponga a los problemas reales de los ciudadanos, al extremo de hacerlos desaparecer del debate político electoral y presentar de forma virtual una Cataluña libre de la crisis que padece España y el resto de Europa, para que nadie les diga a los electores qué va a pasar el día después de las elecciones, cuando esta Cataluña virtual se convierta de nuevo en la Cataluña real, probablemente -según las encuestas-con el mismo gobierno nacionalista de derechas, ahora independentista, que le sometía al derroche identitario y a la penuria económico-social.

Es bochornoso que, con la que está cayendo, la innegable inteligencia política de Artur Mas para cambiar el terreno del debate electoral, convirtiendo la campaña en un plebiscito independentista para beneficio personal, haya sido capaz de incapacitar a los demás partidos políticos para desenmascararle ante la sociedad catalana. Le ha bastado liquidar el nacionalismo de CiU, transmutándola al independentismo frívolamente, para que, ni los partidos independentistas de toda la vida ni los constitucionalistas, ahogados en internas luchas personales e incoherencias ideológicas, sean capaces de protagonizar unos comicios, por primera vez sin nacionalistas como con los que tan cómodos se sentían unos y otros en elecciones precedentes. Todos, en mayor y menor medida, son responsables ahora del coqueteo con el nacionalismo egoísta cuando les ha convenido. La difuminación progresiva de las clases variables ideológicas, izquierda-derecha y constitucionalismo-independentismo, pone en evidencia que quienes juegan con fuego, al final suelen quemarse. Desaparece el falso nacionalismo-constitucionalista de la escena política, todo su legado anti-españolista -acumulado durante años con la colaboración de casi todos los demás-, inclina la balanza hacia un callejón de difícil salida democrática. Es el destino final de un itinerario que comienza con el trueque de los gobiernos centrales tanto del PSOE como del PP con CiU para garantizarse la mayoría parlamentaria cuando lo han necesitado, que se consolida con el funesto gobierno catalán tripartito entre PSC, PSOE, ERC e ICV y que culmina con el apoyo del PP al último gobierno de Artur Mas. En todo este tiempo la permisividad, cuando no la colaboración, con declaraciones y actuaciones inconstitucionales que culminan con el último Estatuto de Autonomía, han propiciado este ambiente de rechazo a lo español y de adhesión a lo catalán, con la paradoja de que cualquier crítica a actuaciones democráticas del gobierno catalán te convierte en un asqueroso españolista dictador enemigo de Cataluña, mientras que cualquier elogio a dichas actuaciones totalitarias te convierten en un defensor de la catalanidad y paladín de la democracia.

Ahora de poco vale que desde la UE, desde el Gobierno popular de Rajoy o desde la oposición socialista de Rubalcaba se diga que el proyecto de Mas no encaja en las estructuras democráticas y lleva a Cataluña, en el mejor de los casos, al aislamiento. Si García-Margallo mantiene que supondría un “golpe de Estado en términos jurídicos”, Mas se inventa el fenómeno político de “un golpe de Estado democrático”, si se le impide llevarlo adelante. Si se publican supuestas corrupciones de CiU o del mismísimo Mas, responde que es un ataque a Cataluña. Si Marcelino Iglesias manifiesta los horrores del hipernacionalismo en el pasado, Mas ni siquiera necesita contestarle, sus compañeros del PSC se encargan de que matice sus palabras. Cualquier crítica, cualquier acusación sobre su forma de proceder convierte en un ocaso a Cataluña, cuyos gobernantes sí pueden insultar al resto de España y sus instituciones sin que ello suponga ataque alguno. Todo juega a favor de la nueva Cataluña, una, grande y libre, que pase lo que pase, ha creado Mas, con la ayuda de todos, a su imagen y semejanza. Una Cataluña a la que a Mas, al igual que a Luis XIV de Francia, bien se le podría atribuir la famosa frase “El Estado soy yo”, aunque lo cierto es que el Rey Sol, poco antes de morir, dijo: “Me marcho pero el Estado siempre permanecerá”. Esperemos que el señor Mas, al que deseo una larga vida, no tarde tanto tiempo en reconocer que los Estados están por encima de las personas. Y los catalanes, también.