Opinión

Papá, ¿por qué tenemos que irnos de casa?

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Algo no funciona en un país cuando se permiten situaciones de absoluta injusticia social. Algo falla cuando una familia entera se ve azotada por el drama del desempleo y la carencia de recursos y es lanzada al deshecho colectivo.

Algo pasa cuando se inyectan miles de millones de euros en el sector financiero y en cambio se niegan ayudas a los padres para que sus hijos puedan estudiar; alguna deriva esquizofrénica preside el sistema cuando se asiste impasible diariamente al drama de cientos de desahucios de familias que se quedan en el calle, pierden el piso en cuya venta un día se embarcaron llenos de ilusión y ahora contemplan desolados los juguetes rotos de sus hijos esparcidos por la acera. Algo huele a podrido cuando esa misma familia recibe una notificación oficial que les advierte de que su deuda aún no está saldada pese a haberlo perdido todo porque, curiosa jugada de la ley, el banco se quedó su piso por un poco más de la mitad de lo que costó, y por eso arrastran en sus raídas maletas el saldo pendiente de pago. Algo, qué quieren que les diga, chirría en esta macabra rueda de la fortuna. Son tragedias cotidianas del vecino de al lado, del padre que a duras penas oculta sus lágrimas cuando mira a sus hijos, que le preguntan atónitos “papá, ¿por qué tenemos que irnos de casa? ¿Ya no vamos a volver más?”, sin que sepa qué responderle. ¿Cómo explicar a esos seres inocentes que un día tuvo un trabajo con un salario decente que le permitió acceder a un apartamento decente y que para ello firmó una hipoteca concedida por un banco decente? ¿Cómo hacer entender a sus hijos que ese banco decente se juntó con otros bancos y cajas decentes y empezaron a hacer cosas extrañas y arriesgadas, indecentes, hasta que al final sus beneficios eran puros artilugios contables? ¿Cómo decirles que el banco decente que le dio la hipoteca le negó la línea de crédito a la empresa que lo contrató y entonces tuvieron que despedirlo, y por eso empezó a incumplir las cuotas mensuales del préstamo? ¿Cómo exponerles que ese mismo banco pidió miles de millones al gobierno para remediar sus desfalcos y el Gobierno se los dio con los impuestos de todos, incluido él, sin que nadie al final fuese a responder de esas prácticas especulativas? ¿Cómo contar a su hijo, con palabras sencillas, que entienda, que un día fue a implorar paciencia a ese mismo banco sostenido ahora por dinero público, y éste le contestó, indecente, “lo siento, no puedo hacer nada por ti; si no te pones al día tendremos que ejecutar la hipoteca, así son las cosas y yo no las puedo cambiar”? ¿Cómo, en fin, puede entender la mente inocente del niño que el mismo banco, ahora ya no tan decente, que fue en gran parte culpable de que su padre fuera despedido de la empresa, los deje tirados en la calle porque, como ya no tiene trabajo, no le puede devolver una migaja comparada con los multimillonarios fondos públicos que percibió? ¿Cómo es posible que se premie al delincuente y se castigue a la víctima? ¿Cómo inculcar a ese niño, que se ha quedado sin su habitación, que este mundo es justo y solidario y que merece la pena seguir luchando por él? ¿Cómo no derrotarse envuelto en lágrimas ante la mirada desesperada de la familia? ¿Qué les parece si ese padre lleva a sus hijos delante del banquero para que éste se lo explique mejor? ¿Qué tal si sometemos al jefazo, sentado en su apacible sofá, a la mirada consternada de la hija que sostiene como un tesoro la muñeca despeinada que ahora le acompaña por la acera? No para que ablande su corazón, eso es imposible, sino para que con palabras sencillas se lo explique, repito, mucho mejor.