Opinión

Populismo peligroso

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Uun fantasma recorre Europa y lo llaman ‘populismo’. Consiste en un tipo de política que busca el contacto directo con los ciudadanos, soslayando a los partidos tradicionales. Es el de los partidos como los ‘Piratas’ en Alemania, el movimiento ‘5 Stelle’ del cómico Beppe Grillo en Italia o los diversos de extrema derecha que han surgido últimamente en el continente.


Cae en terreno abonado y en cierto modo aquellos se lo han ganado a pulso. Nunca, se dice, ha estado tan bajo su prestigio. Nunca han parecido estos tan alejados de las preocupaciones del ciudadano de a pie. Pierre Rosanvallon, profesor de historia del Collège de France, lo ha calificado de ‘patología de la democracia representativa’ en su libro Contrademocracia.

Pero también es populismo el que practican muchos gobernantes a base de halagar los oídos del pueblo, contándole sólo lo que quiere oír mientras se sustraen elementos de crítica en los que basar sus decisiones y opciones políticas.

Como lo es cuando renuncian a liderar y se guían únicamente por los sondeos que se publican en los medios. O cuando ofrecen soluciones simples para los problemas cada vez más complejos de una democracia moderna. Se valen de eslóganes en lugar de argumentos y apelan únicamente a los sentimientos y a las pasiones.

Populismo es sucumbir a la impresión de que todo puede decidirse hoy en esa caótica ágora que son las televisiones, internet o las redes sociales.

Pero hay por otro lado un movimiento que algunos tratan de descalificar tachándolo de ‘populista’, y es el que denuncia, por ejemplo, la expropiación de la soberanía nacional por autoridades no electas, el que proclama la indefensión de los ciudadanos frente al poder de los mercados financieros o la existencia de una ‘clase política’ que parece sólo aspirar a perpetuarse. El que critica el desmantelamiento del Estado del Bienestar y el empobrecimiento paulatino de las clases medias con el pretexto de la globalización. Un movimiento que no se siente representado ni defendido por unos partidos que se limitan a tumbarse en el poder y que muchas veces parecen por sus programas, o al menos sus actuaciones, casi intercambiables.

Es una crítica radical y a todas luces justificada del mal funcionamiento de nuestra democracia. Y los políticos harían muy bien en tomárselo en serio.