Opinión

‘Urdangarinear’

Antonio Aradillas | Miércoles 22 de octubre de 2014
Ya sé que la palabra no es fácil de pronunciarse. Sé también que no está registrada en los diccionarios, aunque presumo que, así las cosas, hasta llegará a estarlo algún día. Otras y con menos méritos -deméritos- fueron académicamente acogidas, aunque el pueblo-pueblo ya antes la acogiera y la empleara con acierto y ponderación. Tampoco sé, ni por ahora me importa, qué significado tiene este apellido -Urdangarín- en vasco. En castellano, la palabra más cercana -urdir- hace referencia a “disponer cautelosamente de algo contra alguien para conseguir alguna designación”.

Hay que reconocer que los sapientísimos académicos del diccionario fueron previsores, dado que cada una de las palabras de la definición recoge y archiva alguna de las andanzas del por ahora imputado yerno del Rey en los terrenos movedizos de las actividades financieras.

Para desgracia de la institución monárquica, y del buen nombre de la nobleza con referencias postizas al ducado de Palma, como consorte de una de las infantas, los comportamientos de Urdangarín han resultado ciertamente nefastos y escandalosos. Con ‘ejemplos’ como estos, a los que siempre hay que añadir otros limítrofes con los palacios reales, no les quedan muchas calendas a quienes los habitan, para exiliarse a otros, mucho menos ostentosos y poco o nada aristocráticos.

La sociedad española no está hoy ni lo estará mañana, falta de recomendaciones, a consecuencia de que los procedimientos democráticos les negarán representación y vigencia. Las recomendaciones a instancia de “personas importantes” prostituyen la actividad y procedimientos normales que las leyes y la buena salud social y convivencial demandan y hasta presuponen. El daño que la conjunción del verbo ‘urdangarinear’ le ha causado a instituciones de tanto relieve y tan necesitadas como la monarquía, es posible que no sea valorada hoy por hoy, pero sí el día de mañana.

Y es que situándose, y actuando a la sombra y en el nombre de un suegro que es el Rey, es una indecencia cívica monumental y descalificadora. Pretender actuar tangencialmente por senderos matrimoniales, y algo así como en calidad de dádivas, tal y como están los tiempos y las posibilidades de información, es más que probable que el prefijo ‘ex’ se siga aposentando también en “las mejores familias”.

Las recomendaciones al uso son inmorales por todos sus costados. Además proclaman la carencia de méritos propios para poder alcanzar lo que facilitarían las gestiones ajenas. Vivir “en” y “por” las recomendaciones, resulta ser testimonio explícito y diáfano de lo que uno no es, o tan solo es lo que otros son. Los familiares y amigos que sean conocedores de procedimientos tan cortos y tan mezquinos, perderán automáticamente cualquier posibilidad de estima y aprecio de lo que son, o se dicen ser, los aspirantes a “vivir del cuento” y del erario público, con la absurda confianza de que lo harán con impunidad, y sin que la “prensa impía y blasfema” jamás difundiría semejante noticia.