Opinión

La grandeza de Esperanza Aguirre

Abel Amaya | Miércoles 22 de octubre de 2014
Sin Esperanza y, sin esperanza. Así nos hemos quedado. Es una mujer con carácter, sin miedo a decir lo que piensa ni a defender sus convicciones, sin miedo a decir que es de derechas, si se es; ni a llamar a las cosas por su nombre, ni a cantarle las cuarenta al Lucero del alba. Y lo más importante: es una mujer coherente, lo cual, si de política hablamos, es, más que un mérito -que también-, una apoteósica excepción.


Esperanza se marcha porque no estaba de acuerdo, en muchos aspectos importantes, con la política de su partido. Se marcha porque ve como se están dejando de hacer muchas de las cosas que se debieran hacer y, en cambio, se hacen otras que no deberían hacerse. Se marcha porque siente como imposible llevar a la práctica las decisiones que ayudarían, de verdad, a España a salir cuanto antes de agujero en el que la desguazan.

Ello, sin duda, debería ocupar el puesto que desaprovecha Mariano Rajoy. Es la persona adecuada, la más capaz. De las pocas con las agallas y la determinación suficientes como para poner a cada cual en el lugar que le corresponde, llamar al pan, pan y al vino, vino y dejarse de ‘arreglitos’ para contentar a nacionalistas meapilas, a sindicalistas enloquecidos, o criminales sin perdón y a sabuesos carroñeros con aspiraciones que jamás debieran alcanzar. Pero se ha ido, o mejor dicho, la han obligado a que se vaya, porque, de haberse quedado hubiese tenido que renunciar a sus postulados, a ser ella misma, y eso no va con su forma de vivir.

Sin duda alguna, es una lamentable pérdida para el putrefacto panorama político de nuestro país tan necesitado de personas integras y sinceras, una ausencia que, además de privarnos de su valía, nos muestra, muy a las claras, que en España, hoy por hoy, no hay lugar para los políticos de raza, para líderes con suficiente fundamento y argumento como para poder ocupar, con propiedad, las más altas responsabilidades de gobierno. Esto, es lo que hay: un enjambre de mediocres teñidos por dentro y por fuera, del más triste y desesperanzador de los grises.

Un escueto: “Respetamos su decisión”, fue la respuesta oficial del Gobierno popular, a la pérdida de una figura como la que no tienen dos en las filas de su partido... ¡qué pena!.

Es curioso que, entre todas las reacciones oficiales, la que mejor refleja la realidad y la importancia de esta futura ausencia, sea la que provino de su adversario político directo más relevante: Tomás Gómez, líder del PSOE en la Comunidad de Madrid. Dijo: “No hay nadie en el PP con la grandeza de Esperanza Aguirre”, y, creo, que así es.

Si fuese ella la que hubiese recibido el pasado 20 de septiembre, a Artur Mas, nadie dudaría de lo que le diría: “Señor Mas, Cataluña no puede ser independiente, la Constitución española lo prohíbe” “Señor Mas, para que Cataluña o cualquier otra Autonomía, pueda ser independiente, primero hay que cambiar la Constitución. Para cambiar la Constitución, tiene que ser aprobada por la mayoría de los españoles, de todos los españoles. Si así ocurriere, luego, ustedes, podrían decidir si quieren, o no, la independencia” Mientras no se cumplan estos requisitos, ni se lo planteen: ¡no!