Opinión

Esperanza Aguirre, ¿punto y final?

ENRIQUE PEÑAS | Miércoles 22 de octubre de 2014
En una de sus últimas visitas a nuestra comarca, concretamente a las obras del hospital de Collado Villalba, Esperanza Aguirre pidió reiteradamente al arquitecto que revisase el proyecto para aprovechar mejor la luz natural, además de replantear la distribución de algunos espacios. Era Esperanza Aguirre en estado puro.

Ese mismo día, la ya ex presidenta regional terció en la polémica sobre la más que presumible pitada al himno nacional en la final de la Copa del Rey, planteando incluso su suspensión para que se disputase luego a puerta cerrada. Sin morderse la lengua, sin rehusar el combate. Así ha sido y, con toda seguridad, seguirá siendo, por mucho que el lunes, en el anuncio por sorpresa de su dimisión, asegurase que abandonaba la primera línea de la actividad política.

Discrepancias crecientes
Sus discrepancias con el Ministerio de Hacienda, la falta de respaldo oficial a algunas de sus propuestas, el pulso que le ganó Alberto Ruiz Gallardón, la subida del IVA, el caso Bolinaga o la tibia respuesta del Gobierno de Mariano Rajoy al desafío independentista de Cataluña han formado parte de un creciente suma y sigue de desencuentros. Para ciertos sectores del PP era una figura molesta, como Jaime Mayor Oreja o en su momento María San Gil; y por eso a nadie sorprende que su marcha haya sido recibida con las lógicas palabras de agradecimiento, pero sin lamentar más que lo justo su salida de la Presidencia de la Comunidad de Madrid.

Entre los más elegantes, curiosamente, estuvo precisamente uno de sus más estrechos rivales: el secretario general del Partido Socialista de Madrid, Tomás Gómez, quien dijo de Aguirre que había sido una adversaria política formidable.

Querida y odiada a partes iguales, lo que nadie podrá decir de ella es que se haya escondido en ningún momento. En Collado Villalba fue recibida a huevo limpio en la época del ‘no a la guerra’; más recientemente, se encontró con una manifestación de vecinos de Los Arroyos cuando fue a inaugurar la reformada iglesia de San Bernabé. En ningún caso esquivó el problema, sino que se dirigió a unos y otros. Y en junio pasado, cuando recibió el título de hija adoptiva de la Villa de El Escorial, una parte de la izquierda de este municipio plantó a la presidenta en el acto oficial en el salón de plenos, aunque, en cambio, sí estuvo a su llegada para mostrar su disconformidad con la propuesta, desaprovechando una magnífica oportunidad para haber mostrado un mayor grado de respeto institucional (y también personal, todo sea dicho).

Como no podía ser de otra forma, aciertos y errores se han sucedido a lo largo de sus más de nueve años como presidenta de la Comunidad de Madrid: de la expansión del Metro a la construcción de los nuevos hospitales (aunque las obras del situado en Collado Villalba hayan quedado en suspenso); de la red de colegios públicos bilingües a la polémica tramitación del Parque Nacional de las Cumbres de la Sierra del Guadarrama, que no gusta ni a ecologistas ni tampoco a muchos de los municipios afectados; de la pretendida privatización del Canal de Isabel II al progresivo deterioro de Telemadrid.

En primera persona
La hemos visto respaldando directamente al actual alcalde de Collado Villalba, Agustín Juárez, implicándose en primera persona en la conquista de la que durante años fue conocida como la ‘Aldea Gala’ el PSOE en la Sierra; parándose para hablar con los vecinos en Galapagar o Valdemorillo; buscando una solución para los casi eternos problemas de la M-600 en San Lorenzo de El Escorial; anunciando que padecía un cáncer (del que el lunes dijo que estaba “presuntamente curada”) y también pasando de puntillas por los problemas que, a nivel interno, sufría el PP en localidades como Guadarrama o Torrelodones.

Ironía y naturalidad han formado parte de su inequívoca manera de manejarse en el escenario político. Tanto que a veces ha rozado la improvisación, cuando no la frivolidad, con declaraciones lanzadas a bote pronto, descolocando a sus asesores y demostrando, por si no estaba lo suficientemente claro, que ella iba por libre. Sólo así puede entenderse su cruzada contra la escuela pública, mitigada por el bilingüismo, pero atizada sobremanera con no pocas andanadas contra el profesorado,provocando no sólo la reacción frontal de la izquierda, sino también el malestar entre algunos sectores de su propio partido y, sobre todo, el desencanto de miles de familias madrileñas.

Se cargó a Francisco Granados para despejar el camino a su número dos, Ignacio González, ahora presidente en funciones y, la próxima semana, presidente en toda regla. Otra cosa será lo que ocurra en la Presidencia del partido. Dijo Aguirre en su despedida que ella no es partidaria de las bicefalias; y ayer mismo, decía Gallardón en la Cadena Ser que tanto esa fórmula como su contraria han funcionado igual de bien en el PP de Madrid. No es difícil prever por tanto que las heridas aparentemente cerradas vuelvan a abrirse en no demasiado tiempo, aunque en ello también tendrá que ver, y mucho, la marcha de la política (y sobre todo la economía) a nivel nacional.

Aguirre se ha ido, sí, pero lo ha hecho con la ambigüedad justa como para alimentar el debate acerca de las razones de su marcha. Personales, por supuesto, pero también políticas. Y es aquí donde cabe preguntarse si estamos ante un punto y final o quizá ante un punto y aparte, que no seguido. Habló Aguirre en su marcha de que era el momento de cruzar el rubicón. O lo que es lo mismo, de lanzarse a una empresa de arriesgadas consecuencias. Y es difícil pensar que, en una comparecencia tan medida, estemos únicamente ante una frase hecha.