Un ejemplo de las innovaciones traídas por el taxidermista (Foto: A. F.)
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
La enfermedad de las vacas locas afectó mucho a este gremio. Ya no se trabaja sobre el cráneo, como antes; hoy en día al taxidermista sólo se le facilitan los cuernos y la piel. “Cambiamos, y entramos en una fase de hacer moldes de espuma de poliuretano. Yo no trabajo con una base de moldes fijos, sino que los modifico. Yo, como escultor que soy, he hecho los míos propios. Los amoldo, los doy forma, hago recrecerles, les doy más o menos volumen para así recrearlo a lo que era el animal. Todos los toros no son iguales, cada animal es distinto y por eso hay que darle su propia personalidad”, señala Martín Ayuso.
Disecar una cabeza requiere de tiempo y paciencia hasta conseguir lo que uno desea. “La cabeza lleva un proceso que pocos lo entienden, es algo complejo. Las pautas fundamentales son la siguientes: primero se limpia la piel, se envía al curtidor, se cuecen los cueros y se toman las medidas para formar el molde, como si fuera un maniquí. Hay que guardar las características de cómo era el toro en vida”. Una vez hecho esto, se comienza la segunda etapa del proceso. Justo Martín lo sigue relatando: “Luego se monta la piel, se cose, se sueldan los ojos y las fosas nasales, se maquilla... Yo calculo que el proceso de acabado viene siendo de unas 40 horas por pieza. Lo pueden hacer una o dos personas y se realiza en distintas fases”.
A la hora de quedarse la cabeza hay distintas prioridades que hay tener muy en cuenta y respetar: “Una vez que el toro cae a la arena ya es propiedad del carnicero. En ese momento, es por este orden a quien le corresponde la cabeza: ganadero, torero, empresario o taxidermista”. Como todo, cada cabeza tiene un precio y una cuantía distinta. “Unas se valoran más que otras porque la adquisición de algunas por demanda es más difícil de conseguir. Si hay escasez, como por ejemplo una cabeza de un toro de Samuel Flores, el precio aumenta”, finaliza el taxidermista serrano.