Opinión

El que no se consuela es porque no quiere

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
La reina Isabel II -prima Lilibeth- se ha subido el sueldo ¡Coño, como hacen aquí los que pueden hacerlo sin dar explicaciones a nadie!

Si hace poco denunciábamos aquí el lío del ex presidente del Consejo del Poder Judicial y del Tribunal Supremo, Carlos Dívar, no porque se lo llevara crudo en fines de semana paradisíacos sino porque no tuviera conciencia -él-, de que lo que hacia estaba feo. Que un juez crea que el dinero público no es de nadie, la verdad es que no tiene justificación alguna. Que la salida de sus cargos haya sido por venganzas personales o insidias políticas no debe ser siquiera atenuante, si acaso consecuencia de admitir nombramientos por el sistema del dedo partidista. Cuando los miembros de los Altos Tribunales de Justicia de nuestro país -y de los menos altos- no admitieran semejantes designaciones, quizá el pueblo llano confiaría en esas instituciones. Que un Tribunal llamado Constitucional someta a votación lo que debería ser norma de conciencia, ya es inquietante. El ‘seis’ (socialistas) contra el ‘cinco’ (conservadores) para legalizar Sortu es un claro ejemplo de lo que aquí se afirma. Si después de esto los demás partidos dizque-democráticos, siguen empeñados a mezclar esa grey con sus sellos partidistas, poca confianza podrán despertar, ya que se parte de una desconfianza generalizada hacia todo lo que huela a partidos políticos. La renovación reciente de este mismo tribunal lleva consigo el mismo veneno.

Haciendo un quiebro a estas realidades, pero sin salir del fondo de ellas, la pregunta que se hacen los que no creen en ‘esas’ ni en ninguna de las instituciones, tal como las concibe la clase que dirige, es porque siempre paga el pueblo; porque se convierte siempre en cosa amorfa en manos de los instalados. Usted que ha leído, podrá responder que así viene sucediendo desde el ‘homo erectus’; más, por fijar un principio histórico, podría decirse que así fue, calendario en mano, desde los tiempos de Carlos I, un imperio con españoles muertos de hambre. Mala suerte. Que hubiesen vivido en otra época.
¿Qué época prefieren, la de Felipe IV, la de Fernando VII, la de la II República? Usted perdone que se lo diga, siempre he sido un cero a la izquierda intemporal. No cabe otra alternativa en un país que se ha empeñado en presumir de pasados gloriosos, (?), y en futuros cuajados de bienestares gratuitos. Es cierto que las Historia no ha sido una bienaventuranza continua, pero hacerlo con tapujos oportunistas tampoco es de recibo. Y los futuros, ya ve. Ahora están diciendo que dentro de cincuenta años el cáncer tendrá la misma importancia que un resfriadillo. Que se lo digan a los millones de personas que ya han muerto o a sus familiares. Claro que esto antes ya pasó con la lepra, con la disentería o con el cólera. Esto también vale para los que murieron en guerras inútiles. Todas lo son, ¡va usted a contar!
¿Y la economía? Jódase si le está ahora tocando pasarlas canutas. Asimile lo que le dicten: en tres, cuatro o cinco años se habrá superado la crisis. El problema está en que usted no resistirá tanto tiempo en esta situación. Es más, sus hijos y sus nietos llevarán también este ‘tiro bajo el ala’; en la economía como en la política existen efectos retroactivos perversos, y lo que está mal hoy pesará siempre para mañana. Pasa con todas las obras de parcheo. Tanto es así que si el lema va a segur siendo “mantente mientas cobro”, jamás se tendrá la certeza de que se cambie algún día, porque ese día puede durar siglos. Claro que como el que no se consuela es porque no quiere, hágalo pensando en la subida de sueldo de la ‘prima Lilibeth’, ella que puede hacerlo.¡Ah! y también está demostrado que tampoco valen las revoluciones ni desde arriba ni desde abajo.