Opinión

La ejemplaridad y la Justicia

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Al paso que vamos, alguien pensará que la Justicia es demasiado importante para dejarla en manos de ciertos jueces. Tras el archivo sumarísimo del ‘Caso Dívar’ sería sedante saber que Rajoy y Rubalcaba lo han inclinado en el guión de su encuentro del viernes pasado, sin limitarse a cambiar cromos para cubrir bajas en las altas magistraturas. Lo más probable es que no lo hicieran, habida cuenta de que el vertiginoso archivo fue cosa del fiscal, cuya función llamada ‘ministerio’ tiene resonancias peculiares en oídos legos. Respecto a la presunción de inocencia del presidente del Tribunal Supremo, los distingos aparentes son procedimientos como verbigracia, la traca aniquiladora del juez Garzón, extienden la quemadura de los principios de igualdad ante la ley, garantía, tutela, etc. que aquel odioso linchamiento dejó en la piel española (ya menos de toro bravo que de becerro mansurrón). El archivo cercena un debate democrático del que no escapa ni el constitucionalmente inviolable Rey de España. La imagen de Carlos Dívar ha quedado tocada y su más ardiente deseo debería ser contrario al silencio. Aún si su conducta resulta legalmente inmaculada (y sería injusto cuestionarla sin la debida instrucción) chocaría mucho la vidorra de un profesional de la justicia, un servidor del pueblo que se echaba fuera del padecimiento social como si perteneciera a otra casta. Por la cacería de Botswana tuvo el Rey que pedir perdón a los españoles y sigue sufriendo lo que no estaba en los escritos. Otra llamativa diferencia. Miles de abnegados jueces y fiscales sudan estoicamente la sobrecarga de trabajo infligida por la escasez de plantillas, hoy agravada por la supresión de oposiciones, sin posibilidad de soñar siquiera con un lujoso fin de semana marbellí. Se supone que la ejemplaridad es uno de los nutrientes de su resistencia, pero el muy ágil archivo fiscal consiente a Divar irse de rositas sin extremar, con luz y taquígrafos, la prueba justificatoria de sus gastos. Se irá, tal vez, o le invitarán a irse, pero no tan ricamente.

Este lacerado país no puede procesar la duda social sobre la idoneidad de sus garantes máximos, pues bastante tiene ya con la agresión exterior. En menos de medio año de gobierno, el PP sigue perdiendo puntos en expectativas de voto y aún le queda -salvo crack- largo tiempo para perder muchos más o recuperarlos. Para ello es indispensable la confianza social, aunque disculpe las contradicciones y ligerezas declarativas que los mercados imponen. Es tan desconcertante que el ministro de Economía se desdiga o le desdigan sistemáticamente (‘Luis de Windows’, le llaman por sus muchas ventanas de escape dialéctico), que el de Hacienda pase de puntillas sobre el fraude o la progresividad cada vez que abre su insaciable boca recaudatoria, que el de Exteriores banalice el asunto de Gibraltar o que al de Educación le planten los rectores (y así sucesivamente), como que el presidente del Supremo dedique tanto tiempo al ocio maravilloso cuando a diario ingresan en la pobreza miles de españoles.