Tribuna
José María Hernández Urbano
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Desconocemos si la propuesta de José Bono como candidato a la alcaldía de Madrid fue decisión propia de Rodríguez Zapatero, o bien fue cosa de sus asesores. En cualquier caso, ha sido un traspiés político de los que hacen época. Y desde luego, si fue asunto personal del Presidente del Gobierno, mejor dejarlo como está.
No se entiende muy bien cómo una decisión de tanto calado político no se madura antes en los órganos del partido en lugar de airearlo a los cuatro vientos en los medios de comunicación, para después rebobinar a marchas forzadas. Ha faltado prudencia y discreción. Y quizás algo más. La negativa del señor Bono, a pesar de saborear el caramelo, más bien parece la consecuencia de las voces y criticas levantadas en el seno de la Federación Socialista Madrileña, en contra de la forma en la que se invitaba a ocupar el sillón de la alcaldía de Madrid, que las ganas personales de José Bono, dejando al descubierto algunas desavenencias existentes dentro de la FSM. De todas formar nunca hay una sola causa.
Madrid no es una alcaldía más a conquistar. Madrid es una plaza difícil, como difícil es la elección de un buen candidato, sobre todo con carisma y carácter de líder que no se someta a pies juntillas a la disciplina de partido. Porque, ¿acaso alguien considera a estas alturas que es posible un candidato a alcalde que se atreva a contravenir las decisiones del partido, de cualquier partido?. Esta clase de candidatos, hoy por hoy, no se encuentra fácilmente dentro de los partidos. Lejos quedan ya aquéllas generaciones que dejaban su oficio para entrar en la política como aficionados. Ahora todo es distinto: los partidos son agrupaciones de intereses donde se comienza a profesionalizarse a los 18 años. Algunos no han trabajado nunca fuera de las estructuras del partido. Engranajes de la máquina burocrática. Sobran ejemplos.
Ruiz Gallardón tuvo su oportunidad y la aprovechó. Detestado hoy por una buena parte del aparato de su partido, podría ser batido en las urnas, pero no por el señor Bono, porque a pesar de los elogios al ex ministro de Defensa, ni es líder, ni tiene carisma para ser alcalde de Madrid. Eso sí, le sobra populismo.
Hace escasos meses que el campechano Bono salió del Gobierno, dando a entender que estaba algo cansado de la política y deseaba atender sus asuntos personales. Pronto se ha recuperado. Y no vamos a hurgar más en los motivos por los que fue invitado a abandonar el Gobierno, motivo éste más que suficiente para no entender esta movida que se ha montado, a no ser que su nombramiento tuviera como fin rebañar voluntades en el centro derecha, donde José Bono no está mal visto, en absoluto. Todo ello dirigido desde el PSOE. Verlo para creerlo. Y si todo esto ocurre es porque alguien lo consiente. No está de más, a la vez que se hace imprescindible, recordar algunas facetas de la trayectoria política de la solvencia ideológica de Bono como, por ejemplo, cuando negó la raíz ética al matrimonio entre parejas del mismo sexo y es conocida su oposición al aborto. Le resulta más reconfortante, al menos espiritualmente, realizar visitas a Torre Ciudad. Y también, por qué no, hay que recordar Cabañeros, las Hoces del Cabriel, los asuntos del lino, el expolio del acuífero 23, los regadíos ilegales, los embalses de la cabecera del Tajo prácticamente secos, las indecorosas frases sobre el problema vasco o su postura frontal en contra del Estatuto de Cataluña. También recordemos Seseña y su amigo El Pocero, su supuesta falta de conocimiento sobre los vuelos de la CIA, proyectos de construcción sobre la vieja ciudad visigótica en Toledo, o su particular traición en el tema del Trasvase del Ebro, entre otros.
Sobre Madrid planea la sombra de Tierno Galván, el único alcalde desde el comienzo de la transición que consiguió que los madrileños amaran a su ciudad. Supo transmitir ese amor por su Madrid y un personaje así, aunque no brillara políticamente, ni se improvisa ni se inventa. Si los partidos siguen empeñados en ser agencias de colocación y reparto de poder, los militantes críticos y los simpatizantes, que siempre jugaron un papel importante, se irán alejando de la maquinaria implacable de control que ejercen los partidos políticos. Difícil lo tiene el “segundón”.