El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
El Partido Popular de Guadarrama organizó ayer un encuentro al que acudió el alcalde de Getafe, Juan Soler, protagonista en las pasadas elecciones municipales de uno de los grandes triunfos de los populares en el hasta entonces denominado cinturón rojo de Madrid. Acudía a esta localidad serrana en su condición de regidor en minoría, sostenido gracias al acuerdo presupuestario con UPyD. Y todo ello con el fin último de pedir a la alcaldesa, Carmen María Pérez del Molino, diálogo y de argumentar el rechazo de los populares al Plan de Ajuste que presentó el Ejecutivo en el último pleno, sumando sus votos a los de PSOE e Izquierda Unida-Los Verdes, mientras que APPG recibió el único apoyo de la formación que a nivel nacional lidera Rosa Díez. A partir de aquí, más o menos lo que se podía prever en el capítulo de recetas para hacer frente a la crisis: eliminar gastos superfluos, reducir las partidas destinadas a cargos políticos, ajustarse el cinturón y gastar no sólo poco, sino bien. Es decir, un discurso asumible desde cualquier punto de vista, sólo que, puestos a buscar comparaciones, quizá no habría sido necesario irse hasta el sur de la región. A sólo unos kilómetros, en Galapagar, encontramos un caso que guarda más similitudes y que incluso ilustra el camino para pasar de un gobierno en minoría a tener una mayoría estable que permita afrontar la legislatura con absolutas garantías.
Hay que remontarse cinco años atrás para encontrar la imagen de la división entre el PP oficialista y el de José Luis González, que más tarde acabó montando su propio partido y convertirse en la segunda fuerza política galapagueña. Los populares ganaron las elecciones de 2011 holgadamente, pero se quedaron a un puñado de votos de la mayoría absoluta. A los pocos meses, unos y otros entendieron que no tenía sentido seguir caminos separados cuando las diferencias ideológicas eran inexistentes, alcanzando no sólo un pacto de gobierno, sino un acuerdo de integración a todos los efectos, dejando a un lado diferencias personales que no hace tanto parecían irreconciliables. Cierto que en este municipio había pasado el tiempo suficiente como para que cicatrizasen heridas que en Guadarrama aún permanecen abiertas, pero no lo es menos que estamos en una época de urgencias en la que los ciudadanos no pueden esperar a que los políticos superen los reproches para alcanzar acuerdos imprescindibles de cara a garantizar el futuro de la localidad. En Galapagar, PP y PDG entendieron el mensaje que los ciudadanos lanzaron en las urnas, no muy distinto al que se vio en el caso que nos ocupa ahora, con otros protagonistas y los papeles invertidos.
El diálogo, como no podía ser de otra forma, es la clave, pero ha de venir de ambos actores, sin olvidar que las descalificaciones no contribuyen precisamente a crear un clima de entendimiento.