El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Hoy quiero hablarles sobre dos mercados de actualidad: el persa y el matrimonial. El primero de ellos tiene dos versiones, una musical, de Ketelbey, colorista y descriptiva; y la otra como expresión del chalaneo, de lo exótico, del dar gato por liebre, todo ello envuelto en olores eternos.
Si pasamos de las tentaciones y nos vamos a las realidades, esas imágenes -ambas- se han convertido en el pan nuestro de cada día sin música y sin poesía. Los mercados persas ya no están en un lugar concreto, sino esparcidos por todo el orbe, ya sea Wall Street, Francfort, Ibex, Nikkei, Dow Jones... todos formando una tela de araña tupida llamada ‘mercados financieros’, moderna versión de la más cruel de las dictaduras jamás vividas o, mejor, de los dictadores sin patria más crueles de todos los tiempos. Los buitres siguen alimentándose de la carroña, hoy llamada globalización de la pobreza. Y, encima, contentos: peor es un tsunami a domicilio o un tornado solar.
El otro mercado ‘chungo’ es el matrimonial, y eso que salvando los cursillos que se organizan en las parroquias, casarse no ha sido nunca tan fácil. Primero porque ya no es un “hasta que la muerte os separe”; todos conocemos parejas que, pasando por la iglesia con todos los perejiles y centenares de invitados, no han tardado ni tres meses en darse la ‘boleta’. También es verdad que la verdadera noche de bodas se celebra mucho antes de los anillos y las arras. Pero por primera vez y sin que sirva de precedente, las estadísticas denuncian que las uniones con sacramento de por medio están a la baja, que prima más el “tú me gustas, yo te gusto, nos arrejuntamos y aquí paz y después gloria”. O sea, que los matrimonios ya no son cosa de usar y tirar, la última versión del pret à porter o quizá la expresión de a vivir que son dos días. ¡Ay, de aquellos noviazgos bien trabajados! ¡Aquellas prolongadas castidades llenas de deseos! ¡Aquellos ajuares a punto de cruz! ¡Aquellas veladas de quinqué y mesa camilla, de manitas en el cine! Todo por ahorrar, porque a pesar de la dote de ella, no siempre ésta era en dinero contante y sonante, que las había hasta en azafrán como en La Mancha. ¿Crisis matrimonial? Según se mire. Desde que las mujeres dejaron de usar corsés y miriñaques todo ha sido una transición hacia su emancipación y un “en mi cuerpo mando yo”.
El matrimonio se ha convertido, por sus usos y costumbres, en una unión temporal de empresas (UTE para los avezados) y que suele estar en vigor mientras se respeten las capitulaciones pactadas: nada de cuernos solapados; los niños no son material de intercambio ni arietes para agredir al oponente; nada de bienes gananciales, derecho a 15 días de libertad por ‘asuntos propios’... lo normal ¡Qué tristeza de pluriempleos antiguos y qué alegría de haber superado aquel lacónico ‘sus labores’ que rezaba en el currículum de tantas. Ni se sabe lo que ocurrirá con las nuevas generaciones, si acabarán con todas las crisis o se inclinarán por maltratar a sus progenitores y maestros.