Opinión

Justicia y esperanza

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Sobre la declaración de Iñaki Urdangarin, duque de Palma, en un juzgado de Palma de Mallorca y lo que implica se han vertido muchos comentarios. Pero lo que llamó mi atención fue la muchedumbre que aguardaba, tanto por la mañana como por la tarde, la llegada del yerno del Rey a los juzgados para insultarlo o simplemente solazarse con el espectáculo.

Curiosamente, las hordas increpantes recordaban a otras multitudes, sobre todo a aquella emoción colectiva que se produjo ante la boda de la infanta Cristina y Urdangarin y que ahora ha sido reemplazada por la indignación, donde el público ha pasado de arrojar piropos a lanzar huevos. Por algo Napoleón, sabedor de que quienes le aclamaban serían capaces de pedir su cabeza al menor desliz posible, recelaba del fervor popular.

Sin embargo, y más allá del caso Urdangarin, la arrogancia, la audacia de aquellos que no son conscientes de su estupidez, de los riesgos que conlleva jugar con fuego, hace creer a algunos personajes que son invulnerables y que nadie será capaz de poner coto a sus fechorías. El sentirse protegidos por la suerte los lleva a pensar que su doble cara quedará oculta y sus repudiables actos no tendrán consecuencias. Y cuando la podredumbre sale a la luz pública queda la coartada del “yo no sabía”, como si la ingenuidad nos absolviese a estas alturas.

En una película de Woody Allen, recientemente galardonado con un Oscar al mejor guión original, un personaje decía que el ser descubierto y castigado supondría una mínima señal de justicia, una mínima cantidad de esperanza. En este caso creo que sólo resta pedir justicia, aunque en algunos casos sea más poética que otra cosa.