El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Rafa Nadal me parece un tío sensato. De lo más soso que te puedes echar a la cara, pero una cosa no quita la otra. Entiendo que esté harto de escuchar hablar de dopaje, que se le cuestione cuando lleve una racha de partidos ganados inigualable (o eso parecía antes de que llegara Djokovic) o que se dude de sus posibilidades.
Las declaraciones que ha hecho recientemente en una entrevista en TVE me parecen un acierto por dos cuestiones principales. Una de ellas no es nueva, puesto que no es la primera vez que reclama mayor privacidad en el deporte. El tenista se siente demasiado controlado por la norma que le obliga a avisar donde se encuentra los 365 días del año por si le toca pasar un test antidopaje.
La segunda cuestión que le aplaudo es que no echara más leña al juego avivado por los guiñoles franceses, en los que coincido con su argumento de que se le ha dado una publicidad excesiva. El deporte español no debe entrar en una guerra por un golpe de humor, aunque sea un golpe bajo. Es cierto que puede resultar de mayor o peor gusto, sobre todo a él que ha sido protagonista sin quererlo, pero de ahí a que hasta tres ministros del Gobierno español salgan a criticar la actuación de los guiñoles franceses, me parece exagerado. Igual me equivoco, pero mi concepto de defender el deporte español es otra cosa.
Nadal es una persona poco comunicativa delante de las cámaras y se expresa mucho mejor en la pista levantando el puño o mordiendo un trofeo. Eso dice mucho de su profesionalidad, aunque eso no le impida hablar abiertamente de sus derechos y deberes como deportista. ¡Vamos Rafa!