Opinión

Crisis, educación y biblioteca

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Leí en un periódico de tirada nacional -y me lo confirma un compañero que lo vivió en sus propias carnes- la inquietante noticia de unos recortes presupuestarios que han llevado a la red de bibliotecas públicas de Madrid, dependiente de la Subdirección General de Bibliotecas de la Comunidad de Madrid, a cancelar parte de su programa de extensión cultural.

Justificado como un reajuste necesario a finales de 2011 con el fin de asegurar la continuidad en el siguiente, implica el parón de actividades de cuentacuentos, clubes de lectura, talleres varios, etc. perjudicando una tarea de extensión cultural, educativa y formativa que desempeñan con dedicación y trabajo las bibliotecas públicas.

La biblioteca pública representa uno de los puntales del sistema educativo español. He dicho bien: educativo. Junto a la biblioteca escolar -penosamente dotada y aprovechada en muchos centros escolares- puede considerarse con pleno derecho a integrarse en el conjunto de espacios de formación y ocio para la ciudadanía. Quizás sorprenda saber que no ofrece única y exclusivamente un servicio de orientación bibliográfica y préstamo de sus fondos, sino también servicios de acceso a Internet, espacios para la creación artística y literaria, programas de conferencias y charlas, actividades de fomento de la lectura, rastrillo de libros viejos y usados, etc. como propios de una institución que refleja en ellos, así como en el carácter multidisciplinar de sus fondos bibliográficos, la voluntad de servicio al ciudadano. Si otro tipo de bibliotecas, como las especializadas, las científicas o las universitarias, centran sus esfuerzos en el apoyo e impulso de valores como el I+D+i (investigación, desarrollo e innovación) elevados a la categoría de motor de la sociedad, la biblioteca pública lo hace en la necesidad de formar al ciudadano en todos los aspectos necesarios para su conformación como tal.

En algunos países del mundo la biblioteca pública se constituye en una institución de prestigio y consideración reconocidos. Este prestigio se lo ha ganado como espacio de realización de la condición humana donde los ciudadanos pueden encontrar la información necesaria y práctica para satisfacer algunas de las necesidades de su vida diaria. La extensión de sus funciones es tal, que mucha gente se dirige a ella para asesorarse con profesionales que saben a qué fuentes acudir, qué tipo de información se necesita para resolver un problema, o cómo desenvolverse en los vericuetos de las muchas veces difícil y salvaje sociedad que hemos construido. Esto no lo convierte en un sancta sanctórum ni es ese su objetivo, pero la fe en sus posibilidades y la confianza no le han llovido gratuitamente.

Ese reconocimiento se consigue con el mantenimiento de los servicios y un sólido respaldo tras sus esfuerzos y cometidos que pasa, entre otras cosas, por dotar económicamente de manera adecuada a los centros, tanto en época de crisis como en época de vacas gordas, confirmando su trayectoria para no dejarlos caer cuando las apreturas ahogan. Que hay crisis, sí. Que hay que optimizar inversiones, sí. Que hay que recortar gastos, quizás. Pero no hay que tirar por tierra lo tan trabajosamente conseguido también. Cuando metemos así la tijera recortamos con su afilada hoja toda una estrategia educativa, asestando un golpe indiscutible a los programas de fomento de la lectura que tanto luchan contra la desmotivación y el ninguneo de una habilidad cuya importancia capital seguimos sin comprender. Y de estos golpes hay lectores truncados que no se rehacen nunca. Siempre nos quedará, no obstante, alguna otra alternativa que, sin duda, también sufrirá sus propios recortes: perdón, reajustes.
(*).- Director de la Biblioteca Nebrija,
campus de La Berzosa