Opinión

Un servidor del Estado

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Somos los que hemos sido y seguiremos siendo para los que fuimos. Sólo el olvido muere. Sólo el silencio nos rompe. Manuel Fraga, una vida dedicada al servicio del Estado, de España y de Galicia, ha sido un gigante público. Un hombre de una talla intelectual extraordinaria, de una dialéctica arrolladora, culto, preparado, académico brillante, teórico político, letrado de cortes, diplomático erudito, y por encima de todo un animal político, que a nadie ha dejado indiferente. Admirado y querido por unos, denostado por otros, fue una de las claves de la Transición española, cuyo principal mérito fue arrastrar a la derecha del franquismo a la derecha moderada de hoy.


Si de la infinidad de imágenes que protagonizó a lo largo de toda su vida pública hubiera que elegir una, la opción es clara: la presentación de Santiago Carrillo en el Club siglo XXI y el abrazo que los dos políticos se dan. Ese instante recoge una de las mejores imágenes de nuestra Transición y cerraba viejas heridas entre derecha e izquierda. Fue un hombre excepcional para un tiempo excepcional, con aciertos y errores, equivocaciones como las de todos, con carácter indomable y enérgico, con una autoridad moral y política a prueba de bombas, con credibilidad. Un político de convicciones, profundamente católico. Detestaba la mediocridad, la mentira y las medias tintas. Enérgico, impulsivo y decidido. No trajo ni ataduras ni tampoco complejos de su etapa política durante el franquismo. Algunos hace días aún se lo recordaban. Gracias a él, y a gente como él, fue posible la concordia, la reconciliación de esas dos Españas maniqueas y de trinchera cainita y visceral. Fue un servidor del Estado, lo tenía en su cabeza, era su pasión.

Académico fecundo y brillante, escritor y teórico del que sólo queda leer su ingente producción tanto científica como divulgativa prácticamente inabarcable y que se inicia desde su último curso de Derecho como alumno, funcionario, cátedro, político, ministro, vicepresidente, diputado, europarlamentario y diplomático. Manuel Fraga lo ha sido casi todo, o lo que es lo mismo, todo menos su eterna aspiración a ser presidente del Gobierno. Lo intentó con ansia, entusiasmo y esfuerzo hasta que se dio cuenta de que nunca lo lograría. Galicia colmaría sus aspiraciones con cuatro mayorías absolutas y una quinta victoria a la que le faltaron menos de 10.000 votos para hacer frente a la alianza de PSOE y BNG. Aquella salida del Gobierno gallego deja en él un poso de nostalgia y cierto sabor a derrota. Alguna vez aspiró a ser el Franz Josef Strauss de Galicia, el gran líder democristiano bávaro, y a buena fe que lo logró. Galicia no sería hoy lo que es sin el impulso y la acción de Fraga en los últimos 20 años.