Manuel J. Ortega | Miércoles 22 de octubre de 2014
En mi condición de ex editor y ex director de este periódico y con motivo de su número 1.000, me gustaría hacerles una breve exposición sobre mi quehacer profesional en El Faro, antes del Guadarrama, después del Noroeste y ahora, en su tercera etapa, nuevamente del Guadarrama. Quisiera que nada reseñable pudiera quedarse en el baúl de los olvidos, aunque reconozco que esta misión no va a ser empresa fácil porque, aunque afortunadamente aún no sienta los efectos del Alzheimer, sí debo reconocer que la memoria empieza a fallarme más de lo deseado y son tantas las vivencias habidas en esta santa casa que ni aún tirando de archivo podría evitar las no deseadas omisiones.
Por eso, y en primer lugar, quiero volver a hacer mención especial a tres compañeros que fueron pioneros importantes en la puesta en marcha de este medio de comunicación que hoy celebra el número 1.000 y que ya no están con nosotros para celebrarlo tras abandonarnos involuntariamente a mitad de camino. Me refiero a Lorenzo Fernández Matinot, socio fundador de la primera empresa editora de El Faro; de Antonio Álvarez Cadenas, redactor y gran conocedor de los aconteceres villalbinos, y de Ángel Blasco, ex compañero del Norte de Castilla, magnífico periodista y mejor compañero, progenitor de una saga de buenos deportistas, entre ellos la medallista olímpica Miriam Blasco, pues con ellos compartí el inicio complicado de esta ya larga andadura en la redacción de la por entonces concurrida avenida del Generalísimo (hoy calle Real) y posteriormente en la buhardilla del edificio Mayja, situado en esta misma avenida, donde en verano se sudaba la gota gorda, mientras en invierno no había estufa capaz de quitarnos el frío de los riñones, de ahí que buscásemos muchas veces refugio e ‘inspiración’ en el Caballo Blanco, un bar situado en la planta baja, o al otro lado de la calle donde estaba el Pub Rizos, establecimiento idóneo a la hora de enterarse de los acontecimientos más importantes que generaba nuestra ciudad.
Era allí, en la céntrica calle Real, donde se gestaban las noticias, se maquetaba el periódico y desde donde enviábamos el ‘arte final’ a los talleres de impresión del Diario de Ávila. Me viene ahora a la memoria la adquisición novedosa del primer ordenador, que sirvió para poner fin al rudimentario sistema empleado hasta entonces, donde las viejas Olivettis y las linotipias eran las protagonistas de excepción.
Para cuantos componíamos la familia de El Faro, aquellos momentos no son nada fáciles de olvidar dadas las limitaciones económicas por las que atravesaba nuestra empresa, lo que nos obligó a ‘batirnos el cobre’ en diferentes frentes con un resultado bastante positivo gracias a las grandes dosis de ilusión y ganas de trabajar mostradas por todos los componentes de la plantilla.
Los meses y los años fueron pasando y lo que en principio muchos calificaron como un proyecto sin apenas futuro, conseguimos que se fuera consolidando tanto a través de un aumento importante de cobertura informativa como de una tirada de ejemplares bastante considerable que llegaba puntualmente los fines de semana a todos los municipios serranos. Y así, entre disgustos y alegrías, más de lo primero que de lo segundo, se fueron consumiendo etapas y superando las descalificaciones de las que fuimos objeto, las zancadillas e incluso las agresiones físicas sufridas por alguno de los periodistas más intrépidos y arriesgados. Tampoco olvidamos las demandan judiciales que tuvimos que superar y que tenían como único fin silenciar al mensajero. Se equivocaron aquellos que pensaron que tarde o temprano el desaliento nos haría abandonar el barco, y prueba de ello es este número 1.000 que hoy tienen en sus manos, el mejor exponente de los esfuerzos realizados y que debe servir para poner de manifiesto la gran vocación periodística de los componentes de una plantilla que en ningún momento sucumbió al desaliento.
Así pues, en este balance a vuelapluma que hoy me siento obligado a hacer, lo primero que debe plantearse uno es lo que se hizo y lo que se debió hacer, y preguntarse hasta qué punto un medio de comunicación no está también sometido a los vaivenes de la propia realidad circundante, donde muchas veces uno se ve con la misma fuerza que una hoja seca a merced de un huracán. Entre el querer y el poder hemos intentado avanzar paso a paso, aunque muchas veces hemos comprobado que dar dos pasos hacia delante nos obligaba a retroceder uno. Ahora, 25 años después y con 1.000 ediciones en la calle, nos sentimos obligados a recordar las viejas máquinas de escribir, pero sin que esto nos haga olvidar el aspecto humano de aquellos que se esforzaron día a día para mantener vivo este periódico, que son los que le dieron personalidad y le insuflaron vida. Hablamos de decenas de profesionales que han paseado por estas páginas sus firmas durante más o menos tiempo, con mayor o menor éxito, pero creando una escuela incomparable basada en la honradez y el trabajo.
Ahora, al mirarnos al espejo tras estos más de 25 años de andadura, a muchos no nos queda más remedio que reconocer, como escribió nuestro compañero Antonio J, Lajas, esas incipientes canas y una frente más despejada; canas y entradas que conocen más que nadie los esfuerzos realizados y los éxitos morales conseguidos. Seguro que nuestros lectores habrán sufrido el mismo proceso, al igual que los anunciantes, y habrán pasado en un santiamén de la ilusión inicial de recibir un periódico que les contaba cuanto acontecía en su entorno a experimentar todo tipo de sensaciones a lo largo de este matrimonio que tras cumplir sus bodas de plata, y tras muchos encuentros y desencuentros, aún no ha optado por el divorcio.
En resumen: son 1.000 números que, como un espejo, El Faro del Guadarrama no tiene por menos que volver reflejar hoy con orgullo y con la esperanza de poder seguir en la brecha muchos años más. Gracias, gracias y gracias a todos los que hicieron posible esta emocionante e incomparable experiencia profesional.