Fernando Fuentes Panadero (*)
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Uno intenta imaginarse en que momento se le ocurrió al bello y olímpico Duque de Palma pasarse, presuntamente, al bando de los chorizos haciendo evolucionar, hasta el mismo guante blanco, aquellos golazos por la escuadra que se apuntaban en los años 90. Cuesta mucho entender qué es lo que puede pasársele por la cabeza a alguien así, para meterse de lleno a robar, cuando ya lo tiene absolutamente todo.
Tampoco entiendo cómo pasa uno de héroe deportivo, y gloria de España, a gangster financiero en apenas un abrir y cerrar de ojos. Conviene que se sepa que el caso Urdangarín podría ser uno de los peores por su propia naturaleza ya que el chicarrón del Norte tenía solucionada la vida, y la de sus rubiales hijos, y aún así podría no haberle bastado. Quizás tenía otros planes -ajenos a seguir siendo el marido de la Infanta Cristina y padre de esos vástagos walkíricos- y por eso pudo ir amasando una fortuna ilegal para disfrutar de una lujosa jubilación anticipada, lejos de las obligaciones que conlleva pertenecer a la familia Borbón. Tampoco sabemos si lo del mangoneo fino lo llevaba impreso en los genes al nacer, o se le han ido afinando con el tiempo. El chorizo común nace y se hace. Si además es ibérico se va curtiendo diariamente, lenta y tranquilamente, hasta que un mal día le da por eclosionar, como flor de cerezo en primavera, dando un palo que, finalmente, se puede revolver contra su propia jeta y terminar dejándole grogui en la peor de las cunetas.
Hablando de jetas, y contra la opinión general, siempre me pareció que el bravo ex jugador de balonmano no tenía cara de bueno. Los de pelo castaño, y tamaño medio, tenemos la manía de desconfiar de todo lo que mide más de 180 centímetros y si además luce rubiaco y ojos azules es casi obligatorio ponerle bajo vigilancia severa. Nunca me gustó su mechón blanco en el semitupé; me recordaba al que lucía amenazante Stripe, el gremlin ,alote de la famosa película de Spielberg. Ahora el todavía excelentísimo señor -mientras el Rey las pasa canutas pensando en cómo carajo va a pergeñar su discurso de Nochebuena de este año- sale a hacer jogging por las inmediaciones de su residencia de Washington. Luce, en mallas, una casi perfecta silueta de ex deportista de élite que se sabe seguir cuidando por lo que pueda venir. Tras el trote borriquero, con el que dilapida calorías sobre la nieve, nadie puede imaginar que se pueda esconder alguien que un día lo tuvo todo, y quiso mucho más. Una historia repetida cinco millones de veces, como el número de kilos de euros que le acusan de querer evadir a Belice, según información publicada por el diario El Mundo.
Llegados a este punto lo apasionante es intentar desentrañar si su esposa está al tanto de las maniobras presuntamente ilegales de este fiel devoto de San Valentín de Berriochoa. Es posible pensar que Doña Cristina no sepa nada de las turbias andanzas de su marido; podría ser. No podríamos entender sino que sabiendo el tremendo daño que podría causarle a su familia en particular, y a la monarquía española en general, la Infanta haya sido cómplice de los supuestos tejemanejes de su esposo. Todos preferimos imaginar que aquí nadie sabía nada más y que él solito, allí en su despacho, fue el que ideó y ejecutó una argucia para hacerse inmensamente millonetis usando, y manchando, el membrete oficial de la Casa Real Española como gancho y justificante.
Tras lo insuficiente del comunicado oficial del sábado pasado, el padre de Juan, Pablo Nicolás, Miguel e Irene -Grandes de España por mamá- tiene que portarse como un caballero y dar la cara de para que, si es cierto de lo que le acusan desde la Fiscalía, se la partan como solo la Justicia manda y dispone. Urdangarín, si tiene lo que debe tener, debería coger el primer vuelo y presentarse en Madrid, en el más breve de los plazos, para intentar demostrar públicamente su inocencia ante su familia biológica, suegros reales y, por supuesto, toda España. Se supone, y espera, que el yerno del Rey venga inminentemente a casa por Navidad, como El Almendro, pero no para endulzarnos las fiestas, sino para defenderse; algo que parece imposible visto lo que sale a la luz cada día en la prensa. Dicen que este año, por la crisis, el jamón de bellota ha desaparecido de las cestas que llegan a palacio, y es el chorizo ibérico y ducal -que nace y se hace entre Zumárraga, Barcelona y los Estados Unidos- el protagonista de las Pascuas más tristes y convulsas que se recuerdan en La Zarzuela.
Menos mal que a Juan Carlos I -transmutado ahora en Rey Charles por la mala suerte de un, también presunto, golpe doméstico- siempre le quedará Doña Sofía... si acaso.
(*).- Artículo publicado en ‘Información de Alicante’