El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
La polémica de los puentes es de lo más enigmática. Leía ayer que el 70 por ciento de los españoles vería bien su supresión, pero al levantar los ojos del periódico observaba la calle, las tiendas y los bares abarrotados de turismo nacional. O el 30 por ciento que está de acuerdo con los puentes se ha venido a mi ciudad o una parte considerable del 70 por ciento que no dice no estarlo los disfruta sin miedo alguno a incurrir en contradicción.
A lo peor pasa con esto como con los programas de televisión: las audiencias dicen que los programas más vistos son los de telebasura y las encuestas indican que son los documentales de La 2. Pues de la misma forma que a la gente le da apuro confesar cuáles son sus verdaderas preferencias televisivas, debe dárselo decir que espera con fruición puentes cuanto más largos mejor para largarse por ahí.
Otro enigma en esta polémica consiste en la manía de desplazar las fiestas a lunes y viernes. Puestos a ser productivos, ¿por qué no desplazarlas a los domingos? Los españoles no nacionalistas conmemorarían así la Constitución Española de 1978 un domingo y los españoles católicos celebrarían la festividad de la Purísima acudiendo a sus cultos el día que le corresponde o desplazando las fiestas, como se hizo con la Ascensión y el Corpus, al domingo siguiente.
Contaríamos entonces con los festivos obligatorios pactados en los calendarios laborales, pero estos pueden recortarse si de lo que se trata es de hacer sacrificios en nombre de la productividad de las empresas.
Incluso podríamos acabar con los domingos en nombre de la modernidad y el progreso. Porque hay que recordar que el descanso semanal obligatorio tiene un origen religioso: lo inventaron los judíos con el sábado, después lo copiaron los cristianos pasándolo -no sin bastantes discusiones entre ellos- al domingo y con el tiempo se le añadieron otras festividades.
Fue la revolución industrial, el liberalismo capitalista y el laicismo progresista quienes quitaron del calendario los festivos de origen religioso, incluidos los domingos. ¡A trabajar los siete días de la semana, que así se produce más! Curiosamente, las conjuntas presiones obreras y clericales lograron el año 1903 que se aprobara la Ley del Descanso Dominical, siendo el 11 de septiembre de 1904 el primer domingo en el que no se trabajó. Eso sí, con la oposición de la patronal.
El último enigma es de carácter económico. ¿Cuánto se gana con los puentes, dada la gran cantidad de gente que lo emplea en hacer turismo? En las hetairas ciudades andaluzas y mediterráneas que viven de mostrarse, estas cuentas deben tener, supongo, su importancia.