Opinión

La humillación electoral del PSOE

Gerardo Ruiz

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
No por esperada la derrota del Partido Socialista deja de ser impactante. La humillación electoral sufrida por el PSOE va a suponer una conmoción profunda en la estructura interna de esta formación política. Empieza una larga travesía por el desierto de la que tendrá que salir, por fin y de verdad, un partido renovado en su estilo de hacer política y sobre todo en la generación de sus dirigentes.


Al mismo tiempo la extraordinaria victoria popular -hablar de holgada mayoría absoluta parece incluso poco- sitúa al conjunto del sistema político español en una encrucijada inédita y de efectos desconocidos. Mientras el socialista regresa a los índices de apoyo popular que tuvo durante la transición democrática, la derecha política conquista el último bastión de poder que le quedaba aún por dominar; a partir de ahora el color azul dominará todos los niveles de gobierno y administración del Estado, desde el municipal al autonómico y, a partir de hoy, también el nacional.

Se ha cumplido una vez más esa regla, inmutable parece, de nuestro sistema político, en virtud de la cual las elecciones no se ganan sino que se pierden por la ineptitud y la ineficacia del gobierno de turno. Si a esto se añade el factor de debilitación política que genera la crisis económica global, la fórmula conduce a un resultado matemáticamente perfecto, incrementado más si cabe por un partido y un Gobierno socialista que nunca ha estado a la altura de las circunstancias.

Por otro lado, los resultados reflejan la importante elevación de un voto conservador que, a mi parecer, impone a los futuros nuevos dirigentes un compromiso no sólo con sus votantes incondicionales, situados por lo general a la derecha de la moderación que a veces propugnan y tendrán que responder igualmente a una expectativa, masiva socialmente y sin distinción de ideologías, de mantener los pilares esenciales del estado del bienestar. Será, además, no solo una exigencia ciudadana, sino con toda probabilidad también una pretensión inevitable de las mismas Administraciones territoriales gobernadas por el Partido Popular y competentes en la mayor parte de las políticas sociales; los compromisos adquiridos con su electorado municipal o autonómico pueden convertirse en un primer obstáculo para los objetivos de una rígida estabilidad presupuestaria.

Por último, estas elecciones generales han abierto las puertas del Congreso a un nacionalismo periférico reforzado especialmente en Cataluña y País Vasco; aquí con una presencia muy fuerte de la izquierda abertzale que cuenta ya con los asientos necesarios para normalizarse políticamente. Estos partidos nacionalistas no van a contar con la capacidad de negociación competencial que de forma ordinaria han tenido con mayorías simples de los partidos estatales, pero quizás con unas metas situadas más allá de conseguir competencias puntuales. La presión de corte independentista puede llegar a representar otro problema importante, donde no juega sólo la mayoría parlamentaria, sino la capacidad de generar consensos con los demás actores principales del Estado.