Opinión
ALFREDO FERNÁNDEZ | Miércoles 22 de octubre de 2014
El apellido ganadero Quintas ha estado muy ligado a esta comarca. En otro tiempo, cuando la Fiesta, tenía un cariz distinto, pocas eran las localidades serranos donde las comisiones no se pasaban por su finca de Colmenar del Arroyo para adquirir ganado. Allí siempre abundó el toro grande, bien comido y con dos pitones.
La muerte de Alfredo, su fundador, cayó como un jarro de agua fría, sobre todo por ser inesperada y muy repentina. Quintas fue más allá del modelo ganadero. La compra y venta de ganado fue un negocio que dominó como nadie. Su fincas estaban copadas de astados de cientos de hierros. Sorprendería decir algunos de gran abolengo ganadero que acababan allí. Con cierta ironía y con el gracejo que le acompañaba, Alfredo solía decir que su casa era “como El Corte Ingles”; es decir, un gran bazar de toros, donde se puede adquirir de todo.
Alfredo Quintas fue y será genio y figura. Quienes tuvimos el privilegio de tratar y compartir alguna conversación, desde luego que nunca le podremos olvidar podrá olvidar. Su huella ganadera en esta comarca ha sido imborrable.
Polémico, rico, deja un gran legado que deberán mantener ahora sus hijos y nietos, que continuarán a una vacada de leyenda con una procedencia ancestral. El cruce de razas es tan difuso como peculiar: Santa Coloma, Martínez, Veragua o Domecq han creado un toro con identidad propia y distinto que no deja indiferente a nadie. Duro, correoso, noble y sin un guión fijo.