Opinión

Travesía peligrosa

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Desde hace tiempo, nos encontramos a bordo de un barco al que nos invitaron a subir para pasar el día y la cosa se está complicando. La plácida navegación con viento favorable, la música de Georgie Dann y la cervecita fresca se han ido transformando en un ventarrón creciente que ha levantado una mar que ya no mola.

La ansiedad se ha instalado y reclama más espacio. Esa gorra de patrón comprada a última hora en la tienda de moda del puerto que nos quedaba tan bien y esas chanclas de marca no parecen ser bagaje suficiente para afrontar lo que se nos viene encima. La gorra salió volando con la primera racha de viento, el estómago amenaza con escaparse por la boca y las malditas chanclas ni nos mantienen calientes ni nos protegen de los innumerables peligros que para la integridad física acechan en un barco que está a la deriva y se ha vuelto hostil. En estas circunstancias, lo normal será esperar el naufragio, la hipotermia o ambas cosas a la vez. Pero... ¿hay alternativa? Desde luego que la hay si nos ponemos a ello y aprendemos en horas lo que no quisimos estudiar en años. Hay que pelear contra la adversidad, confiar en la solidez del barco, aligerar la carga innecesaria, ajustar las velas y prepararnos para andar contra el viento y las olas en una singladura larga y dura, en la que habrá poco descanso, nos dolerá el cuerpo y servirá para olvidar rápidamente los días de vino y rosas en la playa de moda. Cuando lleguemos a puerto quedará poco o nada de los domingueros que salieron a dar un paseo con la nevera portátil y el bote de Nivea. Sólo entonces podremos sentirnos satisfechos con nuestra determinación y orgullosos de poder borrar de la agenda del móvil el ‘112’ de la Merkel.