Opinión

El otoño nos llama a la verdad

TribunaE

Víctor Corcoba Herrero

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
El vicio todo lo contamina. Con urgencia, así lo pienso, debemos despojarnos de ese impuro contagio que nos mata a destiempo. Se habla que, en España, la cifra de personas que fallece por la elevada concentración de sustancias contaminantes asciende a miles de miles de personas. Nos llega poco aire limpio al corazón para oxigenar las ofensas. ¿Dónde están los actores de la política medioambiental? Precisamos una buena dosis de esplendor para clarear horizontes. Ya no es fácil ni construir castillos en el aire, el humo del progreso y los propios humos de los humanos, nos impiden respirar el perfume de la rosa, hoy convertida en polvo y cenizas.

Parece que vamos al reino de la perversión por el camino de la vida desordenada, donde los poderosos se comen a los frágiles. Ciertamente, a juzgar por los hechos, los débiles siguen siendo los más perjudicados en esta selva de otoños enlutados y de inviernos sangrientos. Este año está siendo especialmente negro para los niños que residen en países implicados en conflictos armados, según informa la relatora de las Naciones Unidas que se ocupa de los menores en esta situación, Radhika Coomaraswamy, quien señaló que en la reciente guerra del Líbano murieron más niños que combatientes. “Esto demuestra que se ha entrado en una era peligrosa en la que los principios básicos del derecho humanitario internacional, pilar de todo nuestro trabajo, se está poniendo bajo cuestionamiento”.

El otoño también nos trae más terrorismo doméstico, donde los niños corren peligro y sufren lo suyo. La legión de violentos se reproduce como las cucarachas. Son frutos del tiempo; de una época en la que se ha identificado al hombre con la fuerza y a la mujer con la sumisión. En esta cuestión, creo que se podría hacer más. Por ejemplo, fomentar terapias de rehabilitación. Estoy seguro que habrá maltratadores deseosos de mudar de aires y no pueden. Necesitan la ayuda de un profesional, capaz de unir las motivaciones suficientes para modificar sus actitudes. Las personas, cuando quieren, sí pueden cambiar. Tienen medio camino andado, el otro medio está en manos del guía. Démosle, pues, medios y buenos mentores para salir del entuerto. Se trata de algo tan simple como educar personas que, una vez rehabilitadas, se conviertan ellas mismas en educadores, generando un círculo virtuoso que pueda poco a poco extenderse a todos los ámbitos de la sociedad, hasta hacerla ellos mismos cambiar por su propio cambio. No hay mejor testimonio de luz que el ofrecido por la gente que ha vivido en la sombra. Seguramente así restaríamos escándalos que inducen a hacer el mal y sumaríamos quietudes que invitan a cultivas el bien.

En cualquier caso, me da miedo esa libertad que huye de la evidencia. Vivir en la verdad sería una buena manera de disfrutar de una primavera otoñal. “Queremos saber la verdad”, dice uno de los lemas de la Asociación de Víctimas del Terrorismo. Y es cierto, la verdad, por si misma, nos tranquiliza. Al igual que menospreciamos la mística que se esconde tras la caída del amarillo en el otoño, también lo hacemos con la verdad. Para botón de muestra, el diluvio de informaciones deformadas que nos entran por los oídos a diario ¿Qué decir de la aireada práctica política de poner la etiqueta de enemigo a quienes no comparten las mismas posiciones, para mejor reducirlos al silencio, atribuyéndoles palabras que nunca dijeron o acciones que nunca realizaron? En la base de todas estas formas ruínes de falsedad continua, la mentira más grande radica en no creernos lo que somos y en ser incapaces de llamar a las cosas que nos pasan por su nombre. No se puede hacer la vista larga, hay que denunciarlo para ayudar al canje de modos, modales y mentalidades.

Vivimos tiempos de contradicción, la incoherencia nos rige. Por una parte hacemos fervientes declaraciones a favor de la paz y, por otra, llenamos el mundo de armas. Somos así de contradictorios, aunque pasen los otoños por nosotros. Flaubert ya nos advirtió: “No le demos al mundo armas contra nosotros, porque las utilizará. Un inmenso campo otoñal, repleto de abecedarios que nos empapan la tierra, puede servirnos para reconstruir un nuevo jardín, fundado sobre la autenticidad de los pinceles que nos pintan las estaciones del año. Sí, ésta es mi convicción: el otoño fortalece la paz del invierno, que la primavera resucita y el verano engalana. Las energías humanas, generadas bajo un clima de sinceridad, son también como esas estaciones, fuente de luz y manantial de paz.