Opinión

El sano objeto de agradar

R. Vargas

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Que una mujer quiere expresar algo con la ropa que se pone no lo dudaba nadie con su sano juicio hasta, no hace mucho, que la censura feminista prohibió tocar el tema.

Recuerdo cuando un policía de Toronto provocó la reacción internacional por aconsejar sobre ropa a las estudiantes para evitar asaltos sexuales: “No vistáis como fulanas”. Las del oficio más viejo del mundo siempre usaron y usan prendas insinuantes, ceñidos, escotes, maquillajes y poses dirigidas a captar la atención y excitar el deseo sexual del hombre. Nada, en ningún caso, justifica la agresión sexual a una mujer, lleve lo que lleve. Es obvio que el estilo con que una mujer se arregla persigue en buena parte decir algo, tanto al chico con el que se queda para salir como al que la entrevista para un puesto de trabajo. Que las manifestaciones de las slutwalkers (marchas de las fulanas) defiendan que no se puede juzgar a las mujeres según lo que llevan puesto es un disparate: ya la primera manifestación femenina que se recuerda, el año 195 a.C, llevó al foro a las severas matronas romanas que exigían la derogación de la ley que les prohibía dijes de oro y vestidos de color en la austeridad impuesta por la proximidad del ejército de Aníbal. Que se juzgue como violador potencial a todo hombre por estimar lo que expresa una mujer con su indumentaria nace del menosprecio feminista hacia la mitad de la especie humana a la que considera animales dispuestos a abalanzarse en cuanto huelen carne. Y también minusvalora la capacidad de saber cuidarse de la otra mitad, que desde que el mundo es mundo viste lo mejor que sabe con el sano objeto de agradar.