Opinión

Gracias y adiós

Manuel J. Ortega

“Aunque siempre he pensado que un periodista que se precie nunca se jubila, después de 48 años de ejercicio periodístico, me he convertido en un pensionista más”

Manuel J. Ortega | Miércoles 22 de octubre de 2014
El pasado miércoles, 20 de julio, tras cumplir la edad ‘reglamentaria’, 65 años, he pasado oficialmente a la ‘reserva’. Es decir, el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social me ha concedido el estatus, que no el privilegio, de convertirme en jubilado. Por tanto, esta será la última vez que me asome a esta ventana en calidad de editor de El Faro del Guadarrama, tras 48 años de ejercer la profesión periodística, de ellos 25 al frente de esta publicación. Sinceramente debo confesarles que ni yo mismo me lo creo porque siempre he pensado que un periodista que se precie nunca se jubila del todo. Y eso es lo que yo espero hacer mientras Dios me de fuerzas para seguir tecleando un ordenador, eso sí, sin horarios ni obligaciones laborales, sino como un colaborador desinteresado que busca matar el gusanillo y siempre que mi director me lo permita.


El periodismo me ha dado todo lo que soy y me ha permitido, además, ser testigo privilegiado de su trepidante desarrollo. Así, casi en un pis-plas he pasado de la intransigente dictadura franquista a la libertad de prensa; del blanco y negro a la impresión en color; de la vieja e inolvidable linotipia a los grandes procesos informáticos y, sobre todo, he vivido con curiosidad el nacimiento de ese prodigioso invento conocido por Internet y su evolución como medio de comunicación de masas, un hecho que me preocupa porque tengo miedo de estar asistiendo al final de los periódicos impresos en papel, del olor a la tinta de las rotativas, de ese mundo mágico que rodea a la prensa tradicional. Por eso, y así lo he manifestado en multiples ocasiones, me indigno cuando veo el comportamiento de algunas empresas periodísticas cuyo objetivo ya no es la excelencia informativa, sino ganar dinero, aunque para ello tengan que vender su alma al diablo. Y lamento que algunos empresarios-propietarios de medios de comunicación, después de hacer importantes negocios con ellos, ahora quieran aprovecharse de la crisis económica para, como dice un buen amigo y compañero, vía ERE, que en estos casos mejor podríamos llamarle ‘ERLE’ (Expediente de Regulación de Libertad de Expresión) poner en la calle a esos profesionales que, presuntamente, se dedican a ‘crispar’ el ambiente democrático, alardeando a la vez que cuando un periodista ‘crispa’, lo mejor es invitarle ‘democráticamente’ a irse a otra parte o a sugerirle que ‘se aparte del asunto’. Y como yo he probado esa medicina en mis propias carnes hace poco más de cinco años, cuando el propietario del periódico que yo dirigía por entonces (un ladrillero que presumía de ser constructor) me despidió en plenas vacaciones estivales previo envío de un frío telegrama donde se me indicaba que, aun sabiendo que el despido era improcedente, estaba en la ‘puta calle’, me cabreo mucho más, porque lo más indignante de todo esto era que mi cabeza se había entregado a cambio de la adjudicación de un polideportivo municipal. Una vez más, el negocio y el poder de los euros se cargaban el derecho a la libertad de expresión (Art. 20 de la Constitución).

Una largo periplo profesional
No creo que sea hoy el mejor momento para contarles mis penas, de ahí que tras este inciso pase a describirles brevemente mi andadura profesional durante las últimas cinco décadas. Despues de mi paso por las redacciones de los periódicos Faro Deportivo (Faro de Vigo), Diario de León, Correo de Andalucía, Informaciones de Sevilla y Odiel de Huelva, llegué a Collado Villalba a principios de los años 80 para asumir la dirección del semanario Sierra. Tras una breve incursión por tierras almerienses, compartí con mi buen amigo y periodista Joaquín Abad las aventuras y desventuras del periódico que él dirigía, Crónica de Almería, donde el ejercicio de la libertad de expresión se pagaba con la persecución implacable por parte de un mafioso local que estaba obsesionado en amedrentar a todos cuantos trabajábamos en ese medio, consiguiendo finalmente su objetivo, que no era otro que silenciarnos, cuando sus sicarios incendiaron los talleres de impresión, hecho que provocó el cierre del periódico. Retorné posteriormente a Collado Villalba para dirigir El Faro del Guadarrama (mayo de 1986), que posteriormente se convertiría en Diario del Noroeste, que fue el primer periódico diario en la historia de la Sierra del Guadarrama, del que tuve el honor de ser su director y de cuya magnífica plantilla de profesionales hoy trabajan en esta ‘casa’ Enrique Peñas (director), y los redactores Ricardo Fanjul, Teresa Rubio y Jaime Fresno. Posteriormente, primero como director y más tarde como editor, fui el responsable de El Universo de Madrid, Diario de Móstoles, El Barcelonés (Santa Coloma de Gramanet), Diario de Almería y Diario del Mediterráneo (Benidorm). También dirigí los informativos de Cope Villalba, en su primera etapa, y fui el fundador y director de Radio Villalba durante cuatro años, además de corresponsal de El País en la Sierra y de la Agencia EFE. Como observarán, en estos 30 años de ejercicio periodístico no he tenido mucho tiempo para aburrirme. Es más, yo diría que he sido un afortunado al disfrutar con total intensidad de esta bendita profesión, de ahí que hoy haga mías las palabras pronunciadas no hace mucho por el escritor y periodista Arturo Pérez Reverte cuando dijo: “El periodismo me ha dado cien vidas que no hubiese vivido de tener una vida normal”

Anécdotas curiosas
En el aspecto negativo, que de todo ha habido en la viña del Señor, podría contarles muchos hechos desagradables, pero no creo que este sea este el mejor momento para rememorarlos. Sólo a título anecdótico y jocoso les diré que hace bastante años, dos hermanos constructores se apostaron en el portal de acceso a la redacción de nuestro periódico, por entonces sita en la calle Real, acompañados de un empleado. Su intención era darme una paliza como respuesta a una información publicada en El Faro sobre una irregularidad urbanística cometida por su empresa. Pues bien, gracias a la intervención de algunos villalbinos, todo quedó en simples magulladuras y arañazos de los que fui atendido en el servicio de urgencias del Ambulatorio villalbino. Imagínense mi sorpresa cuando llegué al cuartel de la Guardia Civil a presentar la correspondiente denuncia y el cabo que estaba de servicio me dijo: “¡Coño!, pero si a los que usted está acusando de haberle pegado acaban de marcharse después de denunciarle de que era usted quien les había agredido”. La otra anécdota se produjo vía querella criminal. El responsable de un conocido colectivo social villalbino al que este periódico acusó en su momento de meter la mano en el cajón, nos presentó una querella en la que me pedía no sé cuántos millones de pesetas para poder devolverle el honor presuntamente mancillado. El juez, después de oír a las partes, desestimó la denuncia. Dos años después, este individuo sería expulsado de su cargo tras quedar al descubierto sus ‘debilidades’ en la administración del dinero ajeno. Y ahora, tal vez por aquello de que a la vejez, viruela, es posible que por el hecho de que este periódico ofreciese recientemente a sus lectores una detallada información sobre los pormenores que han rodeado la obra faraónica e innecesaria del túnel de Collado Villalba, cuyo coste, a día de hoy, ya supera los 40 millones de euros (había sido adjudicada por unos 20 millones por el anterior Ejecutivo socialista) y, además, por publicar las fotos del famoso ‘caso Villalba’ en las que aparecía el constructor de esta obra en Andorra con el alcalde, José Pablo González, despidiendo el año en un hotel de lujo y en Punta Cana con el ex edil de Ubanismo, Gómez Sierra, posiblemente tenga que ponerme de nuevo el traje para explicarle a su señoría los pormenores de este complejo caso. A esto le llamo yo ‘gajes del oficio’, pues en nuestra profesión la visita a los juzgados parece estar incluida en el sueldo.

El periodista no debe ser protagonista
Quienes me conocen saben que he procurado mantenerme al margen del escenario público, huyendo de luces y plataformas que no iban con mi forma de ser. Los actos oficiales, las comidas o cenas con cargo al erario público no eran lo mío. Por eso cedí desde el primer momento el lugar para la foto a otros porque creo que el periodista nunca debe protagonizar ese tipo de eventos. Siempre busqué acercarme al ciudadano, oír su silencio entre las voces para lograr la objetividad que nos permitiese mantener el rigor informativo. El caso Watergate, un espejo donde deben mirarse los periodistas, puso de manifiesto que lo mejor que nuestra profesión puede ofrecer a la democracia es hacer que el poder rinda cuentas. Y aquí, eso sí, de forma más modesta, nos sentimos orgullosos de haberlo conseguido. El eslogan de nuestro periódico “Nosotros contamos lo que otros callan” nos obliga, al menos, a ser honestos. Así lo han entendido nuestros lectores y así lo aceptan nuestros anunciantes. Y en ello, estoy convencido, radica secreto de nuestra superviviencia.

Hoy quiero cerrar la puerta a estos maravillosos 48 años dedicados a esta santa profesión para abrir otra nueva y no menos importante, pues al otro lado de ella estarán mi esposa, mi madre, mis hijos, mis nietos y toda mi familia a la que quiero y a la que espero, a partir de ahora, poder dedicarle más tiempo. Sé que añoraré a mis amigos, mis visitas habituales a la redacción, las charlas con mis confidentes, los canutazos, los desencuentros con algunos políticos, etc., pero me sentiré satisfecho si todos ellos también deciden continuar al lado de esta nueva puerta. Gracias a todos y adiós.