Opinión

El desencanto de la TDT

J. M. Giráldez

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Vivimos tiempos de desencanto. Tal vez habíamos puesto nuestras expectativas en un lugar demasiado alto. Si los indignados (casi todos) muestran su desencanto con la clase política, y no digamos con la clase bancaria, los espectadores no acaban de entender que pasa con la TDT. Preocupa la calidad de los contenidos, y sobre todo, la insistencia obsesiva de un discurso superficial, a veces, bobalicón, como si todos estuviéramos dispuestos a comulgar con ruedas de molino.

Hay cadenas que siguen manteniendo un alto índice de calidad, respetando la inteligencia del espectador, en lugar de pensar que los que están al otro lado de la pantalla están allí para tragarse debates maniqueos, cuando no tronchantes por su simpleza. TVE es un buen ejemplo de una parrilla más que aceptable, y quien no esté de cuerdo, que lo diga. Pero, por supuesto, la multiplicación de canales no iba a redundar en una mayor calidad del invento: hace tiempo que abandonamos la edad de la inocencia. De un tiempo a esta parte prolifera una visión chusca y parvularia de los acontecimientos, y no son pocos los que diseminan cada día un discurso sobre la actualidad que no suele estar amasado con un lenguaje paupérrimo, sino que invita a una huída precipitada, antes de que la neurona se funda sin remedio. La TDT se anunciaba como un lugar perfecto para fomentar la televisión múltiple y de calidad, pero, salvo honrosas excepciones, no parece que sea así. Hay, desde luego, propuestas atractivas, pero cada vez triunfa más el discurso grueso, torpe y demodé y menos la crítica brillante, elaborada y serena. Y de las locales, mejor no hablar.