Ignacio Martínez
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Personalmente, estoy en desacuerdo con la decisión de retornar a la velocidad máxima en autovías de 120 kilómetros hora. La limitación a 110 tenía una función disuasoria que iba más allá de lo meramente económico o ecológico; era un buen símbolo de la precaria economía nacional. Algo así como las banderas media asta, o el negro del luto. Una advertencia que nos recordaba que ya no éramos ricos, ni podíamos ir por ahí quemando queroseno alegremente. Porque si algún hijo de vecino podía pagárselo, España no podía. Ahora ese efecto psicológico ha desaparecido, desgraciadamente.
Más allá del ahorro de la factura petrolera o en vidas humanas, el descenso de la contaminación o de otros argumentos opinables, lo único indiscutible sobre la decisión de pasar la velocidad máxima en autovía a 120 es que supuso un descenso en la siniestralidad del 8,33 por ciento. Ahora del mismo Gobierno, en su infinita sabiduría, ha decidido dejar las cosas como estaban en febrero, mayormente porque las encuestas dicen que el personal así lo prefiere y los gobernantes en vísperas electorales se ponen muy zalameros. Algunos gobernantes, porque la vicepresidenta económica Salgado, la ministra de Medio Ambiente Aguilar y el ministro de Industria Sebastián quería mantener la medida. Pero Rubalcaba, que se juega la barba en el envite, ha impuesto un criterio electoral universal, agradar a la afición.
Un servidor que no es un experto en la materia, sabe que en cuatro meses hemos gastado 450 millones de euros menos en importar petróleo y la reducción de muertos en nuestras carreteras ha continuado bajando, hasta contabilizar en la última década un 55 por ciento. Nadie discute que quemamos menos queroseno y hay menos accidentes, pero los negacionistas atribuyen estos beneficios a la propia crisis; no hay dinero para la gasolina y se utiliza menos el coche particular. Y como consecuencia hay menos consumo y menos víctimas. Esto es cierto, si se examinan las rutas habituales de nuestras ciudades que estaban colapsadas hace cinco años en las horas punta y en las que ahora es raro ver atascos. Pero los españoles en conjunto hemos tenido que reducir nuestros presupuestos domésticos en bastante más que el 8,33. De hecho, la tasa de ahorro nacional ha subido del 12 al 18 por ciento entre 2007 y 2009. Hemos gastado mucho menos, así, de golpe. El servicio de estudios del BBVA anunció hace unos meses que este aumento en seis puntos de la capacidad de ahorro de los españoles se va a acabar en un par de años. Y no porque gastemos más, sino por el descenso de la renta nacional disponible. En fin, para terminar con nuestro complejo de nuevos ricos, nos venía bien alguna advertencia de carácter general que ahorra vidas humanas, factura petrolera y contaminación: ir a 110 km/hora.