El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Lo peor que le puede pasar a una especie es que se desvincule de la lealtad para consigo mismo y tome una actitud de engaño y de traición permanente, que es lo que hoy se lleva para desgracia de todos. Es terrible que el ser humano no se pueda fiar de su propio ser humano. Vivimos en el chisme permanente, en la fábula de los embustes. La sociedad está apuñalada por los embusteros.
La palabra dada es un envoltorio vacío en una cultura mediocre a más no poder que simula la verdad permanentemente. Pueden ser muchos los pactos y los compromisos que se adquieran, y de hecho se hacen, pero si la fidelidad no se cultiva de manera auténtica, porque al fin y al cabo es una actitud creativa, difícilmente se van a cumplir las promesas que se lancen. Ya se sabe que las palabras que no van seguidas de veracidad, es un sinsentido sembrarlas; aparte de que pueden hacer mucho daño, también deshacen confianzas ganadas.
Uno tiene que ser fiel a uno mismo para crecer como persona y no caer en la bajeza de un charlatán. La fidelidad que uno se done para sí, también es la medida de la fidelidad que se dona al otro. Esto sólo se consigue si nos miramos con los ojos del corazón. El mundo arde en violentos enfrentamientos que nos impiden ver la franqueza de los labios que son sinceros. Por suerte, aún cuando nuestra fidelidad haya decaído, no por eso se tambalea la fidelidad innata que mueve el universo en el que nos movemos y vivimos. Es cuestión de pararse, de tomar aliento, y de ver, que a la hora de la verdad, lo único que nos conmueve es la sinceridad. La hipocresía es el colmo de todas las maldades, dijo Molière.
Ciertamente, sólo en un mundo de personas sinceras es posible mantener la unión. Y consecuentemente, ser fiel a la verdad nos interesa a todos, por esa unidad que vierte el planeta por todos sus costados. Una cultura no alcanza su plena madurez sino suma fidelidades a los valores humanos. Asimismo, las relaciones internacionales entre países son inseparables de la fidelidad a los valores democráticos, a los derechos humanos, a la no discriminación y a la igualdad efectiva entre las mujeres y los hombres de todo el planeta. En suma, los moradores de este mundo se deben fidelidad, que es tanto como decir, honradez. El mejor de los avances. ¿Qué importa saber lo qué es un camino si no se sabe lo que es un caminante honrado?
Se precisan, pues, personas capaces de medir verazmente un derecho por su deber. Desde luego, la calidad de una relación social se ve en la fidelidad al ser humano como tal. Claro está, hablamos de una fidelidad verdadera, encaminada al servicio del bien, no de una caricatura de fidelidad deformada, cuya lealtad puede ser a la avaricia, al robo, al crimen. En cualquier caso, la mejor manera de avivar la fidelidad es que cada cual lo sea antes consigo mismo y después lo será, sin duda, con sus semejantes. Hablamos de ajustarnos a las finanzas, pero obviamos la dimensión ética, que es la que nos reajusta los dislates. Hablamos de que no está el gozo en dar, sino en saber donarnos y las decepciones nos matan. Hablamos.... por hablar.