F. Carrillo
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
DDe forma coloquial, despectiva o irresponsable suele decirse: “¡Bah, es el chocolate del loro!” ¡Joder con el loro; si fuera sólo uno...!, pero en la situación en que estamos son tan amenazantes y peligrosos como los pájaros de la película homónima de Alfred Hitchcock, con la particularidad de que a todos esos loros hay que darles su ración de chocolate.
Un país en donde sólo crece el empleo público, que ya pasa de los 3.500.000, a razón de 70.000 por año, ni es de fiar ni es país. Que haya cinco millones de parados y que el 24 por ciento de su economía sea sumergida, son razones de peso suficientes como para pensar que los políticos, más que solucionar estos problemas, parecen los encargados de agrandarlos y perpetuarlos. Y cada día que pasan pierden sus oportunidades; llegará el momento en el que los contribuyentes se nieguen a estar uncidos a la noria y salten por peteneras. Es de temer. El ejemplo ya lo tienen en las concentraciones de'indignados' que no hay forma de desalojarlos porque hasta las leyes del orden público se las pasan por sus impotentes cataplines aquellos que debieran hacerlas cumplir. ¿Serían capaces de reaccionar antes una insumisión fiscal? Pues eso, a hacer puñetas el estado de derecho.
Las ventajas de los países viejos es que nada de lo que le ocurra les coge de nuevas; el inconveniente es que no aprenden nunca de la historia. España, grandezas aparte, en la actualidad se parece a una cubeta vacía tropezándose por las paredes de un pozo sin fondo. Es decir, ruido para las generaciones de jóvenes actuales que creen que los bocadillos nacen en los frigoríficos de sus casas e, incluso, que los frigoríficos se suministran gratuitamente gracias al estado de bienestar que, dicen, disfrutamos.
Al margen de los políticos caben dos interpretaciones: o falta de escuela primaria o revancha de los padres. En la primera opción se ve el divorcio que existe entre información y formación, con el agravante de la distorsión que las televisiones prestan. En la segunda, porque los padres han perdido el sentido de la protección necesaria para sus hijos, que nos es mantenerlos en brazos de por vida, sino inculcarles que nada es gratuito, que todo debe conseguirse con esfuerzo personal, sobre todo ahora, cuando se está demostrando que el susodicho estado del bienestar es una estupidez vinculada a los programas electoralistas, un señuelo donde solo pican los incautos, los vagos y los que aspiran vivir eternamente amamantados por la gran teta; los que no quieren vivir su propia vida, ni saben asumir sus riesgos; los que prefieren la dependencia a la libertad; los que prefieren las subvenciones sin admitir que son limosnas; los que, en fin, forman parte pasiva de los loros que aspiran a vivir del chocolate público. Con 70.000 por año, a ver. Y lo peor es que cada cuatro años desaprovechan las oportunidades, caso de que se plantearan en serio aprovecharlas. Cualquier cosa menos ajustar las cuentas al céntimo, mientras los loros siguen pidiendo chocolate.