El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Las cajas de ahorros y el Gobierno de España, cada vez más compañeros de cama, han concluido que uno de los problemas más graves de la nación radica en su elevada tasa de economía sumergida, práctica fullera que afecta a la quinta parte de nuestro PIB.
Tan feo pinta el panorama que la autoridad fiscal se propone ahora establecer un estrecho cerco en tono a los tramposos para arrojar luz sobre toda esa zona de penumbra que quiebra los principios de igualdad y competencia y lastra la salud de nuestra Hacienda. El caso es que, como todos sabemos, hay muchas clases de escafandristas en nuestro país. Los hay que se zambullen con sofisticados equipos de inmersión para disfrutar a sus anchas de esos insólitos paisajes submarinos que el común de los contribuyentes solo alcanzamos a vislumbrar en los documentales de TV; también menudean los buceadores avezados en la pesca nocturna que saben dejar a buen resguardo la ropa limpia que han de ponerse más tarde para asistir a misa; y luego, claro, están los delincuentes comunes de siempre (licenciados sin trabajo que dan clases particulares por una miseria, parados sin cobertura que mendigan alguna chapuza para sobrevivir, empleadas del hogar en la misma situación...) a quienes entre unos y otros se han convertido en buzos por el drástico expediente de meterles la cabeza en un cubo de agua sucia, permitiéndoles, eso sí, salir a la superficie de cuando en cuando para coger aire. ¿En qué profundidad decidirá explorar el Estado para aumentar sus mermadas arcas, acaso en los mares del coral de los paraísos fiscales o bien en los fétidos estanques del subempleo y la precariedad, donde lo más negro no es precisamente el dinero sino la esperanza de tantos ciudadanos?.