A. García
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Las últimas dos semanas han sido horribilis para la agricultura española que ha visto como sus pepinos, y por arrastre otras hortalizas, verduras y legumbres, eran rechazados en Europa ante el temor de que fueran los portadores de esa bacteria recombinante de nombre ‘E.coli’. Una veintena de personas muertas, más de 2.000 infectados repartidos por distintos paises europeos son por ahora el saldo de una epidemia alimenticia, cuyo origen aún se desconoce, pero que en un principio atribuyeron al pepino español. Aunque luego se desdijeron e indultaron a las partidas procedentes de España. El mal ya estaba hecho, y de poco ha servido el detalle de esos políticos que se pasaron varios días comiendo pepinos crudos para demostrar que no eran portadores de este tipo de bacteria.
Nos ha dolido mucho los ataques de algunas autoridades europeas contra el pepino español. Los titulares no han escatimado sensacionalismo y se ha llegado a hablar de pepinos ‘asesinos’, un calificativo absurdo y, sobre todo, desproporcionado. Podemos llegar a entender, en otras crisis alimentarias, que se hable mal de las vacas, de los cerdos, de las aves, porque en ellos proyectamos muchas veces nuestras maldades. La rabia de un perro, la locura de una vaca, la peste del puerco, la gripe aviar, siendo como son inocentes de su mal, aún nos recuerdan que a veces nosotros somos así y si bien hay una corriente de buenismo waltdisneyano con respecto a ellos, también las fábulas se han cebado en su amenaza porque hay animales crueles. Pero las hortalizas son otra cosa. A los animales nos une la fraternidad del dinamismo y alguna que otra semejanza de conducta. Con los seres inanimados, en cambio, hemos tenido un trato de respeto mutuo, si se quiere un poco distante, no fraternal sino como el que mantenemos con algún primo lejano o un concuñado al que apreciamos. La folklórica berenjena, el peripatético tomate, la abigarrada alcachofa, el coqueto repollo, el balompédico melón y el más simpático de todos, el amistoso pepino, no nos suscitan a lo mejor el trato intimo de una mascota, pero tienen su orgullo y si pudieran, seguro que se sumaban a las masas de indignados que han acampado en las plazas de España por la injusticia de que han sido víctimas. Yo no soy muy devoto de los pepinos, pero lo que le está ocurriendo a esta y a otras hortalizas españolas me está empezando a indignar, sobre todo tras ver como Europa quiere ahora indemnizar cifra irrisoria a nuestros perjudicados agricultores.