F. Bejarano
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
La democracia española tiene asuntos pendientes que los grandes partidos no quieren abordar; pero, de momento, es un respiro el toque de atención al socialismo de los experimentos.
La necesidad humana de fantasía está más que satisfecha con la literatura y el arte, y no hace falta que la política se meta a fantasear con ingenierías sociales y extravagancias para minorías que representan a muy pocos. Ni las dictaduras de los débiles ni las ocurrencias líricas tienen en política un buen fin. El resultado de las elecciones nos va a permitir descansar de las alarmas, a pesar de que el terrorismo, gracias a otra pirueta del socialismo, se va a adueñar del País Vasco, y siempre que los socialistas no sigan creyéndose los buenos del cuento y prefieran morir matando en el bunker de su cancillería. Mientras haya socialismo gobernante hay peligro de usar la democracia para acabar con ella, aunque en Europa sería complicado. Han hecho, y todavía pueden hacer, lo que han podido para gobernar sobre una irrealidad que sólo estaba en la imaginación de algunos altos cargos, porque es difícil pensar que un partido tan amplio y heterogéneo sea monolítico. Han hecho burla de los sentimientos mayoritarios de la población; han bordeado las leyes, cuando no las han despreciado, para sacar adelante despropósitos; han dividido a la nación en lugar de unirla y cohesionarla, como es obligación de los gobiernos, y han creado entre los españoles la desconfianza y el desánimo. La cultura del feísmo y de la muerte la han presentado como progresos y conquistas de derechos, y se han apropiado de todas las ocurrencias y trivialidades que cualquier asociación irrelevante se haya sacado de la manga de la ingenuidad. Han propiciado la delación anónima y la denuncia falsa con malas leyes que nadie pedía y que, rebautizadas como izquierdistas, nos llevaban al pasado remoto de la humanidad. No han sabido dejar que el aire circule entre ciudadanos libres defendiendo las libertades individuales, con buenas leyes para solucionar los conflictos que puedan surgir entre ellos. Todavía tienen poder para añadir infamia a la infamia. Los vendedores callejeros de crecepelos y otros elixires maravillosos, los ensalmadores, los filtros de amor o las cédulas contra las calenturas fueron perdiendo crédito poco a poco. Los vendedores de utopías, de izquierdismo fingido y de progresismo reaccionario también acabarán perdiéndolo, pero el hombre es un ser bastante indefenso que busca consuelos milagrosos y quiere creer en remedios imposibles que van contra su naturaleza.