El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Por más que queremos, los hombres nunca podríamos ponernos en el lugar de las mujeres. Aún así, creo que merece la pena seguir intentándolo. Sólo así nos damos cuenta de lo que aportan a la organización de la vida individual, familiar y social y de lo que nos perdemos todos por no facilitar un mejor aprovechamiento de las capacidades de género para el desarrollo integral de la sociedad.
Para empezar está la materialidad de eso que llamamos las tareas cotidianas, para cuyo desempeño ambos géneros somos perfectamente sustituibles. Ya sería un gran avance que pudiéramos compartir plenamente la responsabilidad de su planificación y puesta en marcha. Estamos lejos de ello por multitud de razones que van desde la resistencia de los hombres hasta la condescendencia de las mujeres, pasando por la falta de sensibilidad de las organizaciones (instituciones, empresas) o la mala adecuación de los espacios y los tiempos. No será por falta de mensajes oficiales, political corretness y otros mecanismos más formales que efectivos a la hora de la verdad.
Pero hay además todo un horizonte cargado de potencialidad que las mujeres están conquistando día a día con inteligencia y perseverancia. En ese horizonte están los retos de una nueva sociedad que se enfrenta a limitaciones severas de recursos y que debe restaurar un conjunto de equilibrios básicos antes de que sea demasiado tarde. Las actividades productivas deben incorporar más racionalidad y sensibilidad de la que han incorporado hasta el presente si queremos que sean viables. La planificación de proyectos y actividades debe ser más funcional, teniendo en cuenta las necesidades vitales del ciudadano.
Las mujeres son prescriptoras de salud, consejeras comerciales, asesoras de imagen, maestras de la comunicación. Son más intuitivas y empáticas. Difícilmente, la simple réplica, por parte de las mujeres, de los roles generalmente asumidos por los hombres en las organizaciones convencionales diseñadas por aquellos podrá materializar todo este potencial. Sería un enorme desperdicio.
Cuando las empresas creadas por las mujeres puedan empezar a competir abiertamente y en igualdad de condiciones con las organizaciones vetustas y enmohecidas, prepotentes e intimidatorias, faltas de legitimidad y arbitrarias, creadas por los hombres, la vida será mas sencilla, racional y remuneradora para todos.
Por eso no hay más alternativa que una cierta confrontación más o menos amable de paradigmas, hasta que surja una buen síntesis. Pero no hay que perder el tiempo. Nos jugamos la sostenibilidad de muchas de nuestras prácticas cotidianas en todos los ámbitos sociales y productivos y el recurso para ello lo tenemos bien a mano: el valor de un enorme potencial de sentido común, empatía y sensibilidad que durante demasiado tiempo ha estado postergado sin posibilidad de materializar un valor que ahora necesitamos más que nunca.